lunes, octubre 29, 2007

Los espías de Los Andes, durante la campaña de San Martín

La campaña de los Andes que estaba preparando San Martín en 1816 no se podía planear sobre la base de ideas, había que manejarse sobre terreno seguro. Por eso mismo San Martín contó con los profesionales del secreto, a fin de rastrear pasos desconocidos en la cordillera que le permitieran una marcha tranquila en su cruce de los Andes. No solamente esto, sino que los espías le permitieron saber las claves militares del enemigo, guardias y hasta el estado psicológico de los pueblos a los que iba a liberar.

El propio gobierno de Buenos Aires le recomendó a San Martín la utilización de espías. El Director supremo Ignacio Álvarez Thomas le decía a San Martín el 10 de mayo de 1815, que "en acuerdo de esta fecha he resuelto que los oficiales D. Diego Guzmán y D. Ramón Picarte pasen al Estado de Chile con el importante fin de promover en él la insurrección contra el gobierno español, y que informen a usted de cuantas noticias crean interesantes...”.

Este Diego Guzmán, bajo el seudónimo de Víctor Gutiérrez, fue uno de los mejores agentes de San Martín en Chile y logró enviar al Libertador una lista muy completa de la tropa, armamento y disciplina del enemigo. También le pasaba los nombres de los oficiales enemigos de mayor influencia, y el panorama general de Chile, en cuanto a organización política.

Como no había muchos agentes capacitados, San Martín adopto dos sistemas clásicos de inteligencia: el celu-lar y el radial. Con el sistema celular podía encarar operaciones en áreas grandes y flexibles, se utilizaba para buscar información sobre el ejército hispano. El segundo sistema sólo lo aplicaba para misiones muy especiales en lugares distantes o de difícil acceso.
Un ejemplo del sistema radial son las operaciones de Juan Pablo Ramírez, alias Antonio Astete; que informó a San Martín sobre varios detalles de sumo interés sobre el terreno donde se llevaría a cabo la batalla de Chacabuco.

El sistema celular o de células fue el más usado y consistía en centros de espionaje divididos en células, las cuales se situaban en las casas de patriotas chilenos que tenían la confianza de los españoles. En ciudades como Santiago, Coquimbo, Concepción, Talca y Curicó.

¿Quiénes eran?

Los agentes eran por lo general emigrados chilenos, muchos de los cuales pertenecían a familias de clase alta, y eran voluntarios en estos trabajos. Esto facilitaba la infiltración.

Grandes espías fueron Manuel Rodríguez, alias El Español o Alemán; Antonio Merino, alias El Americano; Jorge Palacios, alias El Alfajor; y muchos más. Estos no tuvieron un lugar en los manuales de historia, pero gracias a ellos se llevó a cabo el gran cruce de los Andes con todo éxito.

Manuel Rodríguez fue tal vez el mejor de los espías de San Martín; era abogado. En su desempeño como espía se encargó de enviar informes sobre la formación y actividad de los ejércitos hispanos, organizaba células de espionaje y subversión. Su cabeza tenía precio, y bastante alto. Participó en la batalla de Maipú; murió asesinado por un oficial español el 26 de mayo de 1818.

Otro de los grandes agentes de San Martín fue Domingo Pérez, el cual se encargaba, bajo la cobertura de un hombre de negocios que viajaba entre Chile y Mendoza, de los enlaces entre el mando de San Martín y las células infiltradas en territorio enemigo.

El engaño

No sólo se organizaban redes de espionaje con el fin de conseguir información, sino que también se engañaba al enemigo, mediante señales e informaciones falsas. La intriga política.
Un ejemplo curioso de la intriga política, es el del Dr. Antonio Garfias. Éste, que era un agente prorealista, El 23 de enero de 1816 se fuga de Buenos Aires. El gobierno se enteró de que se dirigía a Chile. Los conocimientos que tenía Garfias sobre el estado de las Provincias Unidas del Plata era muy bueno, así que por eso el gobierno temió su divulgación. Por carta se dan instrucciones a San Martín de que desprestigie a Garfias en Chile mediante sus agentes. "Haga usted esparcir la voz -dice el comunicado- por medio de sus agentes en Chile, de que este individuo lleva comisión reservada de este gobierno y oportunamente remita V. S. al mismo algunas cartas con instrucciones aparentes, a fin de que caigan en manos de Osorio (el enemigo). Garfias arrojará contra sí la presunción de ser americano y esta circunstancia puede favorecer el proyecto...". No necesito aclarar qué pasó con el pobre Garfias.

San Martín también enviaba correspondencia falsa sobre sus propias informaciones. Esto se hacía enviando correos, bajo la estricta orden de no resistirse ante el enemigo, con planes falsos de invasión. De esta forma Marcó del Pont, jefe español en Chile, dudó del lugar desde donde iba a llegar la invasión del Ejército de los Andes, ya que muchos correos capturados marcaban la parte sur de la cordillera como la mejor para el cruce.

San Martín también utilizaba a los indígenas para su campaña de informaciones falsas, ya que éstos estaban en contacto con los españoles y eran incapaces de mantener un secreto. Se les contaba detalles de los planes sabiendo que en pocos días estarían a oídos de Marcó del Pont.

Dobles agentes y contraespionaje

También estaban los famosos agentes dobles. Eran espías españoles que respondían al mando del sacerdote hispano Francisco López, que era espía de Marcó del Pont. Pero San Martín, cuidadosamente, los había dado vuelta, y les mandaba escribir informes que él mismo redactaba. De esta forma Marcó del Pont recibía cartas falsas a través de sus propios agentes.

La seguridad y el contraespionaje estaban bien cuidados por San Martín. Tenía todos los pasos a Chile vigilados, y nadie entrar en Chile sin tener un salvoconducto firmado por él. Logró detener y ubicar a muchos espías enemigos de esta forma, entre ellos al célebre padre López.
Un caso de contraespionaje lo tenemos en Miguel Castro, un sospechoso detenido en un puesto avanzado de la cordillera. Castro se hacia pasar por minero, pero al no poder justificar esa profesión, se lo mandó a Buenos Aires. Allí fue interrogado y se constató que no era ningún minero. Los espías eran casi todos voluntarios ad honorem, eran muy pocos los mercenarios que lo hacían por dinero, la gran mayoría lo hacía por puro patriotismo. De todos modos San Martín les mandaba dinero para comprar soplones y para gastos. No se sabe si utilizaban códigos, claves, cifrados o alguna otra forma de disimular el mensaje, pero no sería extraño que lo hicieran. Los españoles lo hacían utilizaban un sistema simple que consistía en remplazar las letras por números, separando las palabras con comas, y poniendo puntos en cualquier lado solo para despistar.

La correspondencia se llevaba por medio de caballos y mulas, pero también existen pruebas de que utilizaban palomas mensajeras: "...vuestra correspondencia ha de continuar si no por esa vía será por los aires..." dice el agente Segovia en una carta enviada a San Martín.

Los españoles también tenían espías, y los utilizaban con abundancia. En 1814 Belgrano identificó a uno, un tal Ramón quien se había hecho pasar por enfermo y había conseguido un pasaporte firmado por el mismo creador de la bandera. San Martín arrestó también a varios espías españoles.

Gracias a todos estos héroes anónimos se evitaron muertes innecesarias, campañas fracasadas y el predominio del poder español en estas latitudes.

Para saber más
Alonzo Piñeiro, Armando. La historia argentina que muchos argentinos no conocen. Buenos Aires. Depalma, 1992.
Cañás, Jaime. “Los espías de San Martín”. En: Todo es Historia. Buenos Aires, N° 16, agosto de 1968.

martes, octubre 09, 2007

Náufragos en las Malvinas (1812)

Durante varios años no hubo autoridad en las islas Malvinas. Como vimos, los españoles habían retirado a sus gobernantes. Si bien Buenos Aires las daba por suyas, en las islas no había ningún tipo de gobierno. Muchos barcos de diferentes banderas, ingleses y estadounidenses sobretodo, utilizaban las islas como puerto de recalada en viajes más largos. O se dedicaban a la explotación de los recursos naturales de las islas, como pieles de focas y lobos marinos.

El capitán Charles H. Barnard, protagonista de nuestra historia, era uno de estos marinos; conocía muy bien las Malvinas, por haberlas explorado en expediciones anteriores.
En esta ocasión Barnard había preparado una expedición, que parecía iba a ser un éxito rotundo. Imaginó ir a las Malvinas con una tripulación de marinos experimentados dispuestos a permanecer un invierno en ellas. El plan consistía en que el buque volvería al puerto de origen una vez terminada la labor de caza, pero un grupo de hombres sería dejado en tierra para continuar con la matanza de focas. Cuando el barco volviese, recogería a la tripulación y el cargamento e iría a China, el mejor mercado del momento para vender la mercadería.
Zarparon de Estados Unidos el 12 de abril de 1812. Una tripulación experta acompañaba a Barnard, incluido su padre de sesenta años, quien se encargaría de conducir al Nanina, su barco, de regreso a Nueva York. El 7 de septiembre arribaron a las Malvinas, exactamente a la isla Goicoechea, New Island según ingleses y norteamericanos. Enseguida armaron una ballenera bastante grande, que traían desarmada, y que utilizarían para movilizarse. Una vez lista, comenzaron la cacería por las islas cercanas. En uno de esos viajes se encontraron con un buque compatriota, que les avisó sobre el comienzo de una guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña.

Luego de un tiempo se trasladaron a la Gran Malvina, y siguieron allí con la cacería. Uno de esos días de caza, vieron a lo lejos una columna de humo. Barnard decidió ir a averiguar a qué se debía ese humo, para descartar que fuese una autoridad de Buenos Aires. Descubrió que eran náufragos ingleses, cuarenta y siete sobrevivientes del buque inglés Isabella, que iba desde Australia a Londres cuando naufragó.

Náufragos ingleses

Antes de seguir vamos a ver quiénes eran estos ingleses, y qué hacían ahí.
Por una impericia de su capitán, George Higton (se dijo que estaba ebrio), el Isabella naufragó en Pig Point, en el islote Speedwell, al norte de la isla Soledad. Esto ocurrió el 9 de febrero de 1813. El Isabella transportaba a unos pasajeros bastante curiosos. Australia, en esos tiempos, era la cárcel de Gran Bretaña; allí enviaban a todos los indeseables, incluso a menesterosos o indigentes cuyo único delito cometido era el de ser pobre. Viajaban, aparte de los once de la tripulación, dos importantes militares con sus esposas e hijos; la acompañante del capitán, Mary Ann Spencer, mujer codiciada por muchos; y el más curioso de todos, sir Henry Hays, entre otros.

Hays había conseguido su título de nobleza brindándole una ayuda especial a un ministro. Luego raptó a una joven de buena posición económica para casarse con ella. Por este hecho fue encarcelado y sentenciado a cadena perpetua en Australia. Después de catorce años, brindó su ayuda al Gobernador de Australia en un momento oportuno, y recibió a cambio la conmutación de su pena. Entonces emprendió el regreso a su patria en el Isabella.

Luego del accidente, los ingleses se trasladaron a tierra en un bote y dejaron que el barco se hundiese. Como no tenían muchas provisiones, decidieron ir en busca de ayuda. Enviaron para esto al capitán Brooks, uno de los pasajeros del Isabella, al mando de un bote. La idea era llegar al primer puerto que avistasen, y pedir ayuda. En el bote iban también el teniente Loudin y cuatro marineros. Lo increíble fue que llegaron al Río de la Plata tras recorrer más de mil ochocientos kilómetros. Partieron el 22 de febrero, y llegaron a Buenos Aires el 31 de marzo, tras poco más de un mes de viaje. Una vez en Buenos Aires pidieron auxilio a la estación naval inglesa en el Río de la Plata, al mando del capitán Heywood, quien envió un buque que socorriera a los náufragos. La casualidad nos da otro personaje curioso, este Heywood había sido víctima del famoso motín del Bounty en 1789, sobre el cual se filma-ron dos películas, la última protagonizada por Mel Gibson.

Salvadores burlados

Mientras tanto Barnard ayudaba a los náufragos ingleses. Les contó del estado de guerra entre sus respectivas naciones, firmaron un convenio y embarcó parte de los sobrevivientes, mujeres y niños. Luego Barnard llevó a esta gente al campamento, donde estaba su buque; recordemos que estaban en la ballenera. En el lugar del naufragio quedaron algunos hombres de Barnard y el resto de los ingleses con la misión de recoger todo lo que sirviese de la nave hundida.

Los estadounideses comenzaron a preparar el Nanina para partir en busca del resto de la gente y poder llevarlos a algún lugar seguro. Mientras se realizaban los preparativos, Barnard, junto con cuatro voluntarios y su perro de caza llamado Cent partieron en la ballenera a cazar pájaros y chanchos salvajes en la isla San Rafael. Tres de los voluntarios eran ingleses, el otro era uno de los hombres de Barnard. Volvieron al anochecer luego de una buena jornada de caza. Una tremenda sorpresa los esperaba: el Nanina había desaparecido. Los ingleses habían capturado el barco, y huido. Buscaron por todos lados, aunque sea alguna una carta aclaratoria, pero no había nada.

Lo primero que hacen los nuevos náufragos, es lanzar el bote que les quedaba al mar, y tratar de llegar al lugar del naufragio inglés, pero los fuertes vientos se los impidió. Tratan de cruzar una parte de la Gran Malvina por tierra arrastrando el bote, pero el mal tiempo, la debilidad y la falta de alimentos, deciden a Barnard a volver a San Rafael, donde se podrían abastecer fácilmente de alimento.

El 12 de julio llegan al lugar, dos días más tarde se dirigen a la isla Goicoechea. Barnard organiza todo muy bien, el trabajo se reparte entre todos (tres ingleses y dos estadounidenses), unos cazaban chanchos salvajes y focas, y otros hacían ropa con las pieles obtenidas; tenían que pasar el invierno. Y no descuidaban la vigilancia de las costas, por si aparecía algún auxilio.

Nuevo abandono

Así pasaron los meses, y el 10 de octubre los cuatro compañeros de Barnard se apoderaron del bote y de Cent, el perro, y se fugaron; lo dejaron solo y sin nada. Se habían llevado el único medio de transporte que tenían, los ele-mentos para encender fuego y todo lo demás.

Sin desatender el fuego que había quedado prendido, ya que no tenía medios para volver a encenderlo, Barnard se las fue ingeniando para sobrevivir. Construyó una pequeña choza de piedras, erigió un mástil con una bandera de pieles; hasta se construyó una cacerola para cocinar con un pedazo de chapa. Luego de varios días descubrió un nuevo sistema para encender el fuego. Los meses fueron pasando, y en diciembre regresaron los compañeros de Barnard, arrepentidos; volvían con el bote intacto y con el perro Cent. Barnard no castigó a nadie, estaba en inferioridad de condiciones, pero volvió a tomar el mando de la pequeña comunidad de náufragos. Los cuatro marineros le contaron sus andanzas. Lo primero que habían hecho fue llegar hasta el lugar del naufragio inglés, para ver si había algo de valor, pero los ingleses que robaron el Nanina, ya se habían llevado todo. Sólo habían dejado una botella que contenía noticias de ellos. Decían que habían robado el Nanina y abandonado a su salvador, porque tenían miedo que Barnard los tomase como prisioneros de guerra.

El tiempo siguió pasando para los náufragos. Los cinco se llevaban bien, pero uno de ellos era muy problemático; Samuel Ansel, uno de los tres marineros ingleses, y el principal instigador del abandono de Barnard, en meses pasados. Como Ansel no dejaba de protestar y contradecir al capitán, Barnard decidió amonestarlo. El 29 de diciembre de 1813, lo dejaron solo en las costas de la isla San Rafael, para que meditase y escarmentase. Apenas en febrero de 1814 lo fueron a buscar. Había escarmentado, ahora estaba más sociable y dócil.

Como el tiempo pasaba y no había señales de auxilio, Barnard se preparó para pasar el nuevo invierno. Los me-ses pasaron más lentos. Fueron nuevamente al lugar del naufragio inglés, y consiguieron clavos, sogas, lonas, algu-nas maderas, trece papas y unos anteojos, los cuales servían para prender el fuego.

Salvación

Finalmente, luego de un año y nueve meses de abandono, el 25 de noviembre, aparecen unos barcos en Goicoechea , donde estaban los cinco náufragos. Eran dos buques ingleses que venían a salvarlos. Allí se enteraron finalmente de qué fue lo que pasó cuando Barnard y sus cuatro acompañantes se fueron a buscar provisiones.

El capitán inglés Durie ayudado por sus hombres armados y por los demás ingleses rescatados, dominaron a la tripulación de Barnard y controlaron al Nanina. Luego fueron en busca de los ingleses que quedaban en el lugar del naufragio, y allí se encontraron con un barco inglés, que había sido enviado desde Buenos Aires para socorrerlos. El capitán de ese barco tomó posesión del Nanina como botín de guerra; así fue enviado a Río de Janeiro y luego a Inglaterra. Y nadie se volvió a acordar de Barnard y los cuatro marineros.

Pero finalmente, fueron rescatados y se repartieron en los dos barcos ingleses, Barnard junto a dos de sus compañeros en uno y los otros dos, en el otro. Pero no iban a Buenos Aires ni a ningún puerto conveniente para los exnáufragos, ya que cruzaron el Cabo de Hornos, al sur de Tierra del Fuego, en dirección al Pacífico. No tocarían puerto en muchos meses. Por eso Barnard decidió hacer una de las suyas y llegar a la costa americana por su cuenta.

Largo camino a casa

Barnard, sus dos compatriotas y el perro Cent arriaron su bote, que los ingleses habían salvado, a muchas millas del continente y partieron en busca de algún puerto americano. Llegaron a Pisco, y de allí puerto en puerto, hasta llegar a Lima. Allí vieron al cónsul estadounidense, quien los ayudó en todo lo que pudo. Le consiguió a Barnard un lugar en el buque Eliza, que partió el 16 de mayo de 1815 hacia el sur. Pero la impaciencia por volver a la patria pudo más con Barnard. El buque Eliza era un pesquero, se detuvo a pescar en una de las islas Juan Fernández, frente a la costa de Chile. Barnard decidió desembarcar y pasar el tiempo en la isla.

Luego de un mes en la isla, el 20 de agosto, llegó otro buque, llamado Millwood, Barnard entro en tratos con ellos y se enteró de que iba a Cantón, China; y de ahí seguiría directamente a Estados Unidos. Se embarcó enseguida, antes dando aviso a los del Eliza. Si no se olvidaron, Cantón era el destino original de Barnard, al que al fin llegó algunos años más tarde.

Por último Barnard se trasbordó a otro barco, y finalmente logró llegar a Estados Unidos el 24 de octubre de 1816, luego de más de cuatro años de ausencia. Pero no se quedó quieto, al poco tiempo de llegar, ya partía nuevamente en una expedición pesquera... Finalmente, era un hombre de mar.

Para saber más

Caillet-Bois, Ricardo. Una tierra argentina, Las Islas Malvinas. Jacobo Peuser. Buenos Aires, 1948.
Canclini, Arnoldo. Malvinas. Su historia en historias. Buenos Aires, Planeta, 2000.
Fitte, Ernesto J. Una aventura de náufragos en las Islas Malvinas. Buenos Aires, 1959.
Groussac, Paul. Las Islas Malvinas. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, 1936.

miércoles, octubre 03, 2007

¿Ayuda indígena durante las Invasiones Inglesas a Buenos Aires?

Como vimos en el capítulo anterior, el 27 de junio de 1806 un ejército inglés de más de mil quinientos hombres y cuatro piezas de artillería conquista Buenos Aires, una ciudad que al momento contaba con no más de cuarenta mil habitantes. La ciudad es reconquistada el 12 de agosto del mismo año por las fuerzas locales: dos mil quinientos hombres al mando de Santiago de Liniers.

Lo que muy pocos saben es el papel que jugaron los indígenas en las Invasiones Inglesas. Cuando hablo de los indígenas, no me refiero a los que integraban los cuerpos voluntarios que se constituyeron para resistir al invasor y que vivían y trabajaban en Buenos Aires. Éstos contaron al menos con dos agrupaciones principales: Indios, Morenos y Pardos (con cuatrocientos veintiséis hombres en 1806) y cuerpo de Indios, Morenos y Pardos de Infantería (con un total de trescientos cincuenta y dos hombres). Pero de ellos no se trata este artículo. Sí, de los indígenas libres de la provincia de Buenos Aires, cuyos caciques concurrieron al Cabildo de Buenos Aires a ofrecer su ayuda en la lucha contra el invasor.

Estos indígenas eran los tehuelches que habitaban la Pampa y la Patagonia, y luchaban constantemente con los araucanos provenientes de Chile.

Una visita inesperada

Cinco días después de la rendición de los ingleses, el 17 de agosto de 1806, mientras los miembros del Cabildo trataban sobre los problemas del momento, "... se apersonó en la sala (dice el acta correspondiente a la fecha) el indio pampa Felipe con don Manuel Martín de la Calleja y expuso aquel por intérprete, que venía a nombre de dieciséis caciques de los pampas y cheguelches a hacer presente que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos auxilios dependiesen de su arbitrio, para que este I. C. echase mano de ellos contra los colorados, cuyo nombre dio a los ingleses; que hacían aquella ingenua oferta en obsequio a los cristianos, y porque veían los apuros en que estarían; que también franquearían gente para conducir a los ingleses tierra adentro si se necesitaba: y que tendrían mucho gusto en que se los ocupase contra unos hombres tan malos como los colorados...".

Los cabildantes agradecieron el ofrecimiento y pidieron a Felipe que comunicase a los caciques que harían uso de la oferta "en caso necesario y la tendrían muy presente en todo tiempo". Y, además, se le dio al cacique Felipe tres barriles de aguardiente y un tercio de yerba mate. Una forma de dejarlo contento sin ofenderlo.

Al mes, los indígenas vuelven al Cabildo. Esta vez Felipe acompaña al cacique pampa Catemilla. Ratifican la oferta anterior "y expuso que sólo con el objeto de proteger a los cristianos contra los colorados [...], habían hecho las paces con los Ranqueles, con quienes están en dura guerra". La escuadra de Popham seguía en el Río de la Plata esperando refuerzos, pero los cabildantes otra vez agradecen la ayuda ofrecida; les dicen que los llamarán en caso necesario y le entregan un regalo como a Felipe el mes anterior.

En otra sesión, el 22 de diciembre, se presentan diez caciques. Los cabildantes les dicen a los indígenas que "la fidelidad, amor y patriotismo de las numerosas y esforzadas tropas que en cuerpos se hallan formadas, aseguran la defensa de esta hermosa capital y por lo mismo sólo os encomiendan hoy el celo y vigilancia de nuestras costas, para que los ingleses nuestros enemigos y vuestros a quienes llamáis colorados, no os opriman ni priven de vivir con la tranquilidad que disfrutáis y os profesan las mejores y más benignos de los Soberanos del Mundo."

Siguen las visitas

Como si fuera poco, el 29 de diciembre se presentan los caciques Epugner, Errepuento y Turuñanquu que ofrecen además de su colaboración, la de los otros caciques: Negro, Chulí, Laguini, Paylaguan, Cateremilla, Marcius, Guaycolan, Peñascal, Lorenzo y Quintuy. Ofrecen hombres y ayuda.

Los caciques estaban dispuestos a no ser menos unos que otros en cuanto a ofrecer ayuda. Dos meses antes de la segunda invasión inglesa, en abril de 1807, se presenta el cacique Negro de Patagones a ofrecer su ayuda y la de otros jefes que lo acompañan.

A pesar de tantos ofrecimientos de ayuda indígena y los agradecimientos de españoles y criollos, la alianza no se concreta. Los gobernantes desconfiaban de los indígenas y los despreciaban. Esa desconfianza fue la causa de que no se los convocara para la lucha contra los ingleses durante la segunda invasión inglesa.

Los refuerzos ingleses llegaron, y desembarcaron en junio de 1807 en Ensenada. Esta vez eran muchos más, cerca de diez mil hombres al mando de John Whitelocke. Buenos Aires estaba preparada, con una fuerza de siete mil hombres comandados por Liniers, el héroe de la reconquista. La ciudad entera combatió; un soldado inglés dijo que cada chico, cada mujer, cada vieja y cada casa eran su enemigo. Las calles de Buenos Aires fueron el campo de batalla, un infierno. Los invasores fueron vencidos a un gran precio. Los "colorados" dejaron definitivamente sus ideas colonialistas con Buenos Aires.

¿Hacía falta que la ciudad se convirtiera en un infierno? ¿Que los campos fueran devastados por el enemigo? ¿Se habría eliminado a los ingleses antes con la ayuda indígena? Nunca pudo saberse debido a la desconfianza que tuvieron los cabildantes de los indígenas, y al temor que provocaba la idea de tener veinte mil indios y sus caballos dando vueltas por la ciudad, por más “amistosos” que quisieran parecer.

Para saber más
Archivo General de la Nación [Argentina] – Acuerdos del extinguido cabildo de Buenos Aires. Serie 4: t.2 - libros 59, 60, 61 y 62, 1805 a 1807. Archivo General de la Nación, 1926.
Cordero, Héctor Adolfo. En torno a los indios en las Invasiones Inglesas. Buenos Aires, La Prensa, suplemento cultural, junio 1971.