martes, septiembre 25, 2007

Islas Malvinas: Primeros pasos

Las islas conocidas actualmente como Malvinas o Falkland tienen una muy larga historia, a través de la cual se sucedieron, sin descanso, muchas contiendas para ver quién tenía los derechos de posesión sobre ellas.

Para los países de habla hispana las islas son conocidas con el nombre de Malvinas. Éste proviene de una expedición francesa que las bautizó así, debido a que la mayoría de sus marineros, sino todos, provenían del puerto francés de Saint Malo; eran los malouines. El nombre se oficializó cuando el francés Bougainville tomó posesión de las islas. Pero para los hablantes de la lengua inglesa las islas son conocidas como Falkland. El inglés John Strong las bautizó con ese nombre, aunque en realidad llamó así al estrecho que separa las dos islas más grandes del archipiélago; luego se aplicaría a la totalidad de las islas. El nombre fue elegido en honor al comisionado del Almirantazgo inglés de esa época, Anthony Falkland.

Descubrimiento
Su descubrimiento fue objeto de muchas discusiones entre los bandos que disputan su soberanía actualmente, Argentina y Gran Bretaña.

En la actualidad se sabe con seguridad quiénes fueron sus primeros descubridores. El historiador Rolando Laguarda Trías pudo probar fehacientemente que las islas fueron avistadas en 1520 por el piloto portugués Estéban Gomes, quien formaba parte de la expedición española de Hernando de Magallanes. Al parecer fue a fines del mes de julio de dicho año.

Este descubrimiento es muchos años anterior al que alegan los ingleses para sostener sus derechos sobre las islas. El supuesto descubridor inglés sería John Davis, quien integraba la segunda expedición del corsario Caven-dish. Habría ocurrido en 1592, pero la descripción que hace Davis de las islas dista mucho de parecerse a la realidad. Richard Hawkins sería un “redescubridor” (1594), pero también las describe de una forma muy extraña. Los autores ingleses más imparciales dicen que las historias de estos dos marinos ingleses contienen muchos errores y datos dudosos que invalidan su pretendido descubrimiento.

Colonización

Pero no serían ni los españoles ni los ingleses sus primeros pobladores. Un francés, el joven oficial Louis Antoine de Bougainville, fue el propulsor de la fundación de una colonia en las islas. Le propuso al duque Estéban F. De Choiseul, ministro de relaciones exteriores, un plan para establecer una colonia en Malvinas a su propia cuenta y riesgo. La idea gustó al gobierno francés. Entonces Bougainville procedió enseguida a preparar la empresa. Embarcó familias canadienses en dos buques y partió hacia las islas. En enero de 1763 se detuvo por breve tiempo en Montevideo para comprar ganado. Más tarde llegó a la isla Soledad, a una bahía que hoy se llama Berkeley. Como era un excelente lugar decidió fundar allí el fuerte y puerto San Luis. La nueva colonia tenía veintinueve pobladores, incluyendo cinco mujeres y tres niños. Construyeron casas cubiertas por tepes de turba y unas pocas de piedra; no había madera en las islas. Se construyó un fuerte y se encaminó la colonia.

Al poco tiempo Bougainville volvió a su país, y dejó a cargo de la colonia a su tío. Luego regresa en enero de 1765 con ochenta nuevos colonos. Antes pasa por el estrecho de Magallanes para conseguir madera. Estuvo tres meses en las islas, y luego partió en busca de nuevos colonos, los que llegaron a ser ciento cincuenta.

Pero esta situación no pasó desapercibida en Europa; todas las otras naciones se enteraron. España protestó por la violación de sus derechos sobre esas tierras. Los diplomáticos dialogaron y Francia terminó por ceder y reconocer la soberanía española. El proceso de devolución fue muy caballeresco. España reconoció los gastos de Bougainville y se los reintegró. Asimismo se decidió a conservar y fomentar la colonización de las islas Malvinas.

El 28 de febrero de 1767 partieron las naves francesas y españolas para efectuar el traspaso. El 1° de abril, en una ceremonia en el puerto San Luis, los franceses entregaron las islas al mando español. Éstas pasaron a depender de la Capitanía General de Buenos Aires. Se nombró primer Gobernador español de Malvinas a Felipe Ruiz Puente. Tenía a su mando a ciento quince personas, treinta y siete de los cuales eran franceses y el resto, españoles. Había pescadores, marinos, sacerdotes y cinco presidiarios desterrados. Tres naves custodiaban el puerto y las islas.

La situación de los pobladores era muy precaria. Aparte de la incomunicación con el mundo, sus viviendas eran muy pobres. El clima era muy frío, y casi siempre estaba nublado. El puerto cambió de nombre en 1770, pasó a llamarse Puerto Soledad.

Llegan los ingleses

Pero para aquella época entraba en escena el otro protagonista de la historia malvinense: el gobierno británico. El 12 de enero de 1765 los ingleses llegaron a las islas al mando del comodoro John Byron. Divisaron una pacífica bahía a la que llamaron Port Egmont. Habían partido con las órdenes de reconocer y establecerse en las islas llamadas Pepys o Falkland. En este punto se ve otra vez la confusión de los ingleses, que consideraban a las imaginarias islas Pepys como las Malvinas o Falkland.

Los ingleses desembarcan el 23 de enero. Byron toma posesión de las islas en nombre de la corona británica. Izaron la bandera en un poste y plantaron trigo y una pequeña huerta. Tres días más tarde partieron a explorar los alrededores. Enviada la noticia a Inglaterra, el gobierno decidió mandar a veinticinco hombres para que formaran parte del establecimiento por fundar.
El 8 de enero de 1766 llega a Port Egmont la nueva expedición con tres naves y los veinticinco hombres para la dotación. Fundan un pequeño establecimiento con un torreón como fuerte. Luego parten a explorar la zona y se encuentran con los franceses que estaban en puerto San Luis. Los intiman a desalojar las islas, pero los franceses no aceptan.

Mientras tanto se habían levantado varias construcciones en Port Egmont. Al mismo tiempo se llevaba a cabo el traspaso de puerto San Luis de manos francesas a las españolas.

El desalojo

En 1769, los españoles se percatan de la presencia de los ingleses en las islas. Enterado el gobierno español de esa circunstancia, manda una orden en marzo de 1770 al Gobernador de Buenos Aires, Francisco Buccarelli y Urzúa, para que expulsara a los ingleses de las islas por la fuerza si era necesario.

Desde España partieron cuatro fragatas hacia Buenos Aires. Se envió al capitán de fragata Francisco de Ruvalcava con tres barcos con la misión de ubicar y desalojar a los ingleses. El 17 de febrero de 1770 los españoles en-traron en Port Egmont. Ruvalcava procedió a intimar a los ingleses para que se marcharan del lugar. El capitán Anthony Hunt, el jefe inglés, se negó aduciendo que las islas pertenecían a la corona británica por derecho de descubrimiento. Como era habitual en la época, todo se realizó por escrito, en forma de intercambio de notas con la mayor cortesía. Había una marcada superioridad de las fuerzas inglesas sobre las españolas. Pero las naves británicas se dispersaron, dando así una estupenda oportunidad a las fuerzas españolas para desalojar a los británicos muy fácilmente.

Mientras tanto se enviaba desde Buenos Aires una poderosa flota de seis naves al mando del capitán Juan Ignacio de Madariaga para desalojar a los ingleses. Llegan el 3 de junio al establecimiento inglés. Sólo había una fragata en Port Egmont. Un bote se acercó a las fuerzas españolas para protestar por su presencia. Ambos jefes intercambiaron notas, y los ingleses invitaron a Madariaga al festejo que se llevaría a cabo por el cumpleaños de la Reina. Dos oficiales fueron en representación de Madariaga y aprovecharon para evaluar las fuerzas británicas.

El 6 de junio la flota española ya estaba toda reunida. Siguieron los intercambios de notas por los derechos de ocupación de las islas, pero viendo que los ingleses no cedían ni tenían intención de hacerlo, se programó el ataque para el día 10 de junio.

Hubo intercambio de cañonazos por parte de los buques, y los españoles desembarcaron. Pero los ingleses izaron la bandera blanca una vez dejado su honor intacto, al resistirse por un tiempo. Esto era muy común en esa época donde el honor ocupaba un lugar muy importante.
El gobierno español mandó en agosto de 1770, muy tarde ya, una anulación de la orden de ataque. Se habían dado cuenta que este ofensiva podría desencadenar una guerra. Hubo grandes movimientos en las cortes europeas. España e Inglaterra dialogaron y se resolvió que España devolvería el establecimiento de Port Egmont a los ingleses, pero no ponía en juego la soberanía española sobre las islas, la cual se mantenía. Mediante un pacto secreto los ingleses se comprometían a abandonar Port Egmont pasado un tiempo. Inglaterra volvió a ocuparlo pero sólo por tres años, tras los cuales abandonan definitivamente las islas.

Gobierno español

Mientras tanto el gobierno español no interrumpió su accionar sobre las islas hasta 1811. Treinta y uno fueron los gobernadores españoles de las Malvinas.

La vida en las islas era muy dura y no se registraban novedades a menudo. Los pobladores eran pocos, la gran mayoría, de la guarnición o condenados al exilio. Había unas treinta casas. En la colonia siempre quedaba un barco, con el cual se exploraba los alrededores y se controlaba la pesca y la caza que efectuaban los extranjeros en las islas. Esta colonia se mantenía casi únicamente para impedir una nueva ocupación de los ingleses. Aún así los gobernadores se preocuparon por mejorarla. Se construyeron edificios de piedra, cuarteles, presidios, puentes, estan-cias, muelles, etc. Gran cantidad de ganado se transportó a las islas, sobretodo vacas y caballos. En 1773, Francisco de Paula Suárez llevó a las islas cien barriles de tierra desde Montevideo con el objeto de sembrar trigo y legumbres con tierra buena.

Todo transcurría normalmente con paz y monotonía. Los gobernadores eran cambiados, primero cada dos años, luego cada año. Muchas veces permanecían dos años, pero con un año en el medio de descanso. Era la única comunicación que tenían los isleños con el mundo exterior: la nave que llegaba una vez al año. Hasta que una vez no llegó y y los isleños no sabían porque.

Revolución y abandono

El 25 de mayo de 1810, el pueblo y el Cabildo de Buenos Aires resolvieron destituir al Virrey español. Pero no todas las ciudades del Virreinato se plegaron a la revolución. Montevideo fue una de las disidentes. Hay que aclarar que en ese momento la guarnición de Malvinas dependía del Apostadero Naval de Montevideo.

Sólo el 8 de enero de 1811 se discutió sobre qué hacer con las islas Malvinas. Una junta de guerra decidió abandonarlas y traer a los pobladores y el barco que había allá para luchar contra los revolucionarios de Buenos Aires. Enviaron una embarcación para traer todo lo que había en las islas: la población y las cosas de valor. Debían dejar el ganado y cerrar todos los edificios. En febrero de 1811 llegaron a Malvinas y procedieron a cumplir las órdenes. Embarcaron a todos y dejaron un cartel con el escudo de armas de la corona española, el cual decía que las islas pertenecían al Rey de España. El acto de cierre lo lideró el último Gobernador de Malvinas, Pablo Guillén.

Se soltó el ganado, varios cientos de cabezas, y finalmente las dos naves partieron hacia Montevideo con los más de cuarenta habitantes de las islas. Así fue como las islas quedaron despobladas hasta que la naciente nación, la futura Argentina, las reclamara como herencia de la corona española.

Desde ese momento las costas malvinenses fueron visitadas cada vez más por pesqueros, balleneros y loberos de todas partes del mundo, en especial ingleses y estadounidenses.

Para saber más
Caillet-Bois, Ricardo. “Las Islas Malvinas”. En Historia de la Nación Argentina. Tomo 7b, 3° edición. Buenos Aires, El Ateneo, 1957.
Caillet-Bois, Ricardo. Una tierra argentina, Las Islas Malvinas. Jacobo Peuser. Buenos Aires, 1948.
Canclini, Arnoldo. Malvinas. Su historia en historias. Buenos Aires, Planeta, 2000.
Groussac, Paul. Las Islas Malvinas. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, 1936.

lunes, septiembre 17, 2007

Piratas en el Río de la Plata II

La aventura del padre Rivadeneira no terminó al llegar a sus tierras. Fueron muchos los cabos sueltos que que-daron y entramaron historias que rozan lo literario.

El piloto

Si recuerdan, el corsario inglés Fenton se había quedado con dos marineros del fraile, que eran conocedores de la zona del Río de la Plata. Uno de ellos era el piloto portugués Juan Pinto. Afortunadamente para nosotros Pinto, al igual que Rivadeneira, dejó un informe detallado sobre sus andanzas.

Pinto ya conocía las aguas y las costas del Río de la Plata. Había formado parte de la expedición del adelantado Juan Ortiz de Zárate, quien había fundado una efímera población en la actual costa uruguaya llamada San Salvador. Al morir Zárate en Asunción del Paraguay, Pinto quedó bajo el mando de Juan de Garay. Garay había enviado un navío a España con la noticia de la fundación de Buenos Aires en 1580. En ese navío fue Rivadeneira en busca de clérigos para estas tierras, y también partió en él el piloto Juan Pinto. Y al parecer se habían hecho amigos, ya que Pinto regresa junto con el fraile cuando vuelven al Río de la Plata en 1582.

Quiso la mala suerte que los atacaran los corsarios ingleses antes de llegar, y entre todo lo que se llevaron de los frailes españoles, estaba ese experimentado piloto. Luego de que fueran liberados los frailes, Pinto fue encerrado en la nave capitana. La intención de los corsarios, según cuenta Pinto, era dirigirse al Río de la Plata. Para ello conta-ban con su experiencia para guiarlos por los canales de entrada. Pinto les dijo que no había ningún canal y que la única forma de entrar era con barcos pequeños. Los tres navíos de Fenton entonces tomaron rumbo al norte. Una noche perdieron uno de los barcos, el comandado por John Drake, sobrino del famoso corsario inglés Francis Drake.

Utilizaron a Pinto para informarse también sobre la costa del Brasil. Cuando llegaron al puerto de San Vicente tenían intención de tomarlo, pero al día siguiente de la arribada llegaron tres naves españolas. Eran tres naves de la armada de Flores de Valdés(confirmar si Valdés va con s o con z) que iban a San Vicente en busca de provisiones. Era el 24 de enero de 1583.

Inmediatamente se enfrentaron los dos grupos. Intercambiaron cañonazos durante mu-cho tiempo. Los ingleses lograron hundir la nave almiranta de los españoles, pero perdieron muchos hombres. En-tonces huyeron a una isla cercana. Allí repararon sus naves y partieron rumbo a Inglaterra. Durante el viaje, los ingleses perdieron otra de las naves. Pinto llegó finalmente a Inglaterra en junio de 1583. Allí fue tratado muy bien. Lo llevaron ante el consejo de la Reina y le ofrecieron pasarse al bando de los ingleses, pero Pinto se negó y le permitieron volver a su Portugal natal. No se quedó allí si no que fue a relatarle al Rey de España toda la historia.

El sobrino famoso

Otro cabo suelto en esta historia que envuelve a la armada de Flores de Valdés con los corsarios ingleses, fue la huida de la nave comandada por John Drake, un joven de unos veinte años, sobrino del famoso corsario inglés Francis Drake. La nave, un patache llamado Francis, era propiedad de Francis Drake, y estaba tripulada por dieci-séis marineros. Drake se apartó de la armada de Fenton y enfiló hacia el Río de la Plata ya que tenía noticias de una nueva población en sus costas.

Pero los habitantes de Buenos Aires tenían una protección contra corsarios y piratas mucho mejor que los fuertes y los cañones: los bajos del río. La nave Francis fue a dar en un bajo de arena y lajas que causó su hundimiento. Este banco se llama desde aquel día Banco del inglés.
Todos los tripulantes de la nave se salvaron a nado hasta la actual costa uruguaya. Eran dieciocho en total, y fueron dieciocho los días que los ingleses permanecieron en la costa hasta que el humo de sus fogatas llamó la atención de los indígenas del lugar, los charrúas, que se trabaron en combate con los corsarios. Los ingleses fueron superados por los charrúas, quienes los tomaron cautivos. Trece meses estuvieron prisioneros. Tres de los ingleses, John Drake entre ellos, lograros huir apoderándose de una canoa. Cruzaron el Río de la Plata en una travesía de varios penosos días. Finalmente, arribaron a la costa cercana a Buenos Aires en marzo de 1584. Llegaron a una casa donde los alimentaron y vistieron. Pero la guardia de la ciudad inmediatamente los tomó prisioneros, aunque los trató como señores. Fueron despachados a Asunción. En el camino pasaron por Santa Fe, donde se les tomó declaración. Pero cuando en Lima, la capital del Virreinato, se enteraron de la existencia de los ingleses pidieron que los enviaran allí, adonde fueron juzgados por la Inquisición y condenados a vivir reclusos en un monasterio.

Fue Francis Drake el que comenzó esta historia con sus correrías, provocando la idea de fortificar el estrecho de Magallanes, y es otro Drake el que termina de atar el último cabo suelto de la historia, dando origen a la idea de construir un fuerte en Buenos Aires.

Para saber más
Gandía, Enrique de. Historia de los piratas en el Río de la Plata. Librerías Cervantes. Buenos Aires, 1936.
Gandía, Enrique. “Los piratas en el Río de la Plata”. En: Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo III, cap. IV.
Lafuente Machain, Ricardo. Buenos Aires en el siglo XVII. Buenos Aires.
Villanueva, Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984.
Zabala, Rómulo y Gandía, Enrique. Historia de la ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, 1937.

lunes, septiembre 10, 2007

Piratas en el Río de la Plata I: Las Aventuras del padre Juan de Rivadeneira

Las nuevas colonias españolas de América del sur, especialmente en el territorio de las actuales Argentina y Paraguay, estaban muy escasas de religiosos en el siglo XVI. Había ciudades que tenían el lujo de contar con un párroco propio, pero otras no lo tenían, ni nunca lo habían tenido.
Fray Juan de Rivadeneira, Comisario del Río de la Plata y Tucumán, tomó camino a España en busca de los necesitados clérigos y frailes. Como se dijo en el otro capítulo, Rivadeneira había asistido a la fundación de Buenos Aires llevada a cabo por Juan de Garay en 1580. Luego de tomar parte en esa ceremonia, había partido hacia España.

Una vez en la madre patria, fue fácil para Rivadeneira conseguir frailes para las colonias. Además, el rey en persona les concedió la oportunidad de embarcar en cuatro navíos que destinaba para la armada al mando del general Flores de Valdés. Esta armada era la que iba a fundar las ciudades del estrecho de Magallanes. Pero a último momento, el rey les quito esos barcos.

Viaje azaroso

Fray Rivadeneira terminó airoso, ya que el sobrino de Juan de Torres de Vera, oidor de la audiencia de Charcas en América, compró un barco y se ofreció a llevar a los frailes. Claro, ocuparse de los religiosos se ahorraba los gastos del flete de ida y vuelta, ya que corría todo por cuenta del rey. No contento con llevar más del doble del costo del navío en mercancías para vender, Torres de Vera compró agua de menos. Los frailes y otros pasajeros tuvieron que comprar más, pero aún así les faltó, y por ello tuvieron que acercarse a la costa brasileña en busca de agua.

Allí el barco encalló. Debieron desembarcar todos con lo que traían. Pasó una semana y el barco no desenca-llaba, así que fray Rivadeneira compró una fragatilla en Río de Janeiro para seguir viaje al Río de la Plata. En ella se embarcaron veintidós frailes y otras personas; ocho de los frailes que venían de España no se animaron a seguir viaje en un barco tan pequeño. Encima para ese momento, el barco Torres de Vera ya había desencallado.

En Río de Janeiro se encontraron con la armada de Flores de Valdés. Poco tiempo después reanudaron el viaje todos al mismo tiempo, pero los frailes iban cerca de la costa y la armada comandada por Flores de Valdés viajaba mar adentro.

Encuentro inesperado

Los frailes llegaron a la isla de Santa Catalina. Un día, al partir de ella, fue a su encuentro un patache con dos lanchas, todas armadas hasta los dientes. Estos inesperados sujetos siguieron a los frailes gritándoles que parasen en nombre de la Reina de Inglaterra. Los ingleses habían salido de Inglaterra en mayo de 1582 y habían llegado a Santa Catalina el 1° de diciembre; tenían dos galeones en puerto. Sin mucho ánimo ni con medios para pelear, los frailes se rindieron y fueron apresados de inmediato. Durante cuatro días los hostigaron para que abandonasen la fe católica como también todo aquello a lo que ella los obligaba.

Pasados estos días, el General de los ingleses, Eduard Fenton fue a ver al padre Rivadeneira. Hizo que el fraile le exhibiese todo lo que traía en el navío, de lo cual levantó un prolijo inventario. Al otro día, los ingleses los amenazaron de muerte, una táctica común para que soltasen la lengua. Más tarde les dieron a elegir entre irse con ellos o ser abandonados en la playa. Cuando apareció Fenton y le preguntó a fray Rivadeneira qué había escogido, éste le rogó que no matase a sus frailes, ni se los llevase, ni los abandonase en la playa; le pidió que los dejase volver a San Vicente. El inglés lo pensó y le contestó que no podía decidirlo él solo, así que lo invitaba a comer al día si-guiente en su barco; allí tendría la respuesta.

Comida amistosa

Al día siguiente, 7 de diciembre de 1582, fray Rivadeneira fue a comer con los ingleses. Éstos estaban vestidos con sus mejores galas. El inglés Fenton comenzó un juego de palabras con el fraile. Lo primero que le preguntó fue si el Rey español tenía conciencia. El fraile contestó que sí, a lo que el inglés replicó que no, ya que enviaba a morir a los españoles al estrecho de Magallanes. Como se ve, el inglés estaba al tanto de la expedición española para fundar unos fuertes en el estrecho de Magallanes , justamente para frenar a estos corsarios ingleses. En la charla, el inglés demostró estar muy bien informado sobre la armada de Flores de Valdés. O se estaba mandando la parte de sus conocimientos para que el fraile informase sobre ello a sus autoridades, o quería soltar la lengua del fraile para averiguar algo más y luego matarlos a todos. Todo eso cruzaba por la mente del fraile español.

Luego fueron a comer. Fray Rivadeneira se sentó junto a Fenton, quien empezó otra conversación amena. Comenzó a contarle cuántos galeones tenía, la gran cantidad de hombres armados y armas sueltas que poseía. Todo era real, pero con el único motivo de alardear frente al español. Le contaba que estaba muy deseoso de encontrar la armada de Flores de Valdés y aplastarla. Se reía y hablaba mal del español.

De todo lo que decía Fenton, se desprendía un gran conocimiento de la armada de Flores de Valdés y de sus planes más detallados. Hasta sabía cuántos fuertes iban a fundar y dónde; también sabía que el nuevo gobernador de Chile, Alonso de Sotomayor, estaba con ellos camino a su nueva gobernación con setecientos hombres; lo que no sabía era el mal estado de la armada de Flores de Valdés, estaba arruinada.

Luego de tanta charla, Fenton le comunicó que los dejaría en libertad. Pero con dos condiciones: tenían que esperar dos días luego de la partida de los ingleses para continuar su viaje; y la otra era que ellos se quedaban con las mercancías que habían ganado en “buena guerra”. Se quedaron con varias cosas de los frailes, aparte de dos marineros conocedores de aquella zona: uno inglés y otro portugués llamado Juan Pinto.

Nueva aventura

El 4 de diciembre le fue entregado a fray Juan de Rivadeneira un salvoconducto (para no ser atacado por otros corsarios) firmado por “Edwardus Fentonus, Generalis”, escrito en latín.
A los dos días, los frailes se encaminaron al Río de la Plata. Finalmente podían seguir su viaje. Pero al día siguiente de su partida, divisaron catorce naves; el pánico se apoderó de los frailes al pensar que podía ser la armada completa de los ingleses. Pero eran los españoles. La famosa armada de Flores de Valdés que se dirigía a colo-nizar el estrecho de Magallanes. Estaba en muy malas condiciones, casi todos los navíos estaban averiados.

Fray Rivadeneira pasó a la nave capitana y le contó a Diego Flores de Valdés su encuentro con los corsarios ingleses. Éste ordenó inmediatamente la vuelta a la isla Santa Catalina. Fray Rivadeneira le dijo que él quería se-guir viaje al Río de la Plata, pero el general Flores de Valdés le dijo que no lo permitiría porque, si los ingleses los capturaban nuevamente, les contarían sobre el mal estado de la armada española. Los pobres frailes seguían prisio-neros, pero ahora de los españoles.

A pesar de las advertencias, Flores de Valdés navegaba muy cerca de la costa, lo que le costó el naufragio de una de sus naves. El almirante de la escuadra, Diego de la Ribera, pidió a los frailes su navío para enviarlo a soco-rrer a los náufragos y las mercancías de la nave accidentada. Entre tanto, Flores de Valdés había seguido viaje con ocho de las naves sin hacer caso de los pedidos de auxilio del Almirante.

Gran parte de las mercancías del navío accidentado se cargaron en el barco de los frailes como también veinticinco de los integrantes de la tripulación. Pero el pobre barco de los frailes, que era muy pequeño y viejo, no toleró semejante peso y comenzó a hacer agua por todos lados, aunque éste no fue el fin del navío, ya que un viento repentino lo tiró contra la costa y lo hizo pedazos contra las piedras.

Todos se salvaron a nado. Algunos frailes y los náufragos del navío español estaban en la playa abandonados a su suerte. Eran más de cien en total. Treinta partieron a pie hacia la isla de Santa Catalina, donde se encontraron con la armada de Flores de Valdés; otros setenta, todos arcabuceros, decidieron partir al Paraguay con unos guías indígenas, también a pie. Aunque se encontraron primero con la armada española que os volvió a embarcar.

Rivadeneira y el resto de sus frailes se habían pasado al barco del Almirante, en el cual llegaron a Santa Catalina y se unieron nuevamente a la armada de Flores de Valdés. Este último ni se inmutó por la pérdida de los barcos y los pobres tripulantes abandonados, como tampoco lo hizo tiempo después, cuando dejó perderse a doscientos cin-cuenta españoles que se hundían con otra de sus naves.

Vuelta a cero

Otra vez estaban donde comenzaron. Finalmente la armada de Flores de Valdés partió hacia el estrecho, pero los frailes siguieron camino con el nuevo Gobernador de Chile que desembarcaría en el Río de la Plata. Si bien se accidentan varios barcos del Gobernador a la entrada del río, por suerte los frailes no sufren nuevos problemas. En Buenos Aires terminan su aventura trágica. No tenían medios para llegar hasta Tucumán, su destino final, pero el padre Rivadeneira se las ingenió para lograrlo. Termina así su informe sobre lo ocurrido: “Creo que el demonio, de envidia de que vienen sus contrarios, ha querido poner en mis las manos y aún los pies de los caballos, más siendo Nuestro Señor de nuestro bando, no hay que temer”. Esto de los caballos venía a cuento de la última de las desven-turas del pobre fraile: lo había pateado un caballo en Buenos Aires.

Para saber más
Gandía, Enrique de. “Historia de los piratas en el Río de la Plata”. Buenos Aires, 1934.
Gandía, Enrique. “Los piratas en el Río de la Plata”. En: “Historia de la Nación Argentina”. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo III, cap. IV.
Lafuente Machain, Ricardo. “Buenos Aires en el siglo XVII”. Buenos Aires.
Villanueva, Héctor. “Vida y pasión del Río de la Plata”. Plus Ultra, 1984.
Zabala, Rómulo y Gandía Enrique. “Historia de la ciudad de Buenos Aires”. Buenos Aires, 1937

lunes, septiembre 03, 2007

Fundaciones en el estrecho de Magallanes

Corría el año 1581. En América hacía un año que se había fundado Buenos Aires por segunda vez y ocho años desde las fundaciones de Córdoba y Santa Fe. Eran las ciudades, en realidad pueblitos, más importan-tes y más al sur de la colonización española por estos pagos. Sin embargo, el rey Felipe II de España creyó conve-niente fundar una serie de fuertes y ciudades a casi dos mil doscientos kilómetros de Buenos Aires hacia el sur, en el estrecho de Magallanes. Como sabrán esa zona es muy fría ahora, pero en esa época lo era más todavía, y estaba totalmente aislada y alejada de toda ayuda posible. Esas circunstancias no importaron ni preocuparon a los españo-les, que habían tolerado lo intolerable, y menos al rey Felipe II, quien vivía tranquilo en su gran palacio sin pasar necesidades.

El propulsor de esta idea de colonizar el estrecho de Magallanes fue Sarmiento de Gamboa, quien ya había explorado el estrecho en una ocasión, y creía que había que proteger ese paso de los corsarios ingleses, como Francis Drake, el cual le había dado más de un dolor de cabeza a las colonias españolas. El Real Consejo y el Consejo de Indias avalaron el proyecto de Gamboa.

Organización

En España hasta los expertos militares tomaron partido; diseñaron los fuertes que se iban a construir y se hicieron planos para emplazar una fortaleza a cada lado del estrecho en su parte más angosta. El sistema defensivo se iba a completar con una inmensa cadena de madera "con tablazones gruesas y fuertes de hierro", tendida de lado a lado del estrecho, detrás de la cual maniobrarían seis barcazas chatas y bajas. Se ocuparon sobremanera de todos los planes, menos de pensar cómo sobrevivirían en semejante soledad, ya que no estaba preparados ni acostumbra-dos, como los onas y tehuelches que habitaban la zona.

Se designó General de la Armada a un español bastante oportunista y cobarde, llamado Diego Flores de Valdés. Sarmiento de Gamboa fue designado “Capitán General del Estrecho de Magallanes y Gobernador de lo que en él se poblare". No tendría poder sino hasta llegar y desembarcar en el estrecho.

Como ya dijimos, los preparativos fueron muy importantes ya que era una de las expediciones más significativas que habían salido de España. Pero ya de entrada las cosas funcionaron mal; detrás de las órdenes del Rey se tejió una trama de traficantes que realizaron más de un negociado con esta empresa.

Gamboa, no pudiendo hacer nada contra este desorden, se ocupó personalmente de conseguir a los pobladores; trescientos cincuenta que fueron cuidadosamente seleccionados. Había de todo: diez frailes franciscanos, albañiles, carpinteros, herreros y pedreros, criados, peluqueros y trompeteros. Muchos iban con su mujer y sus hi-jos. Los niños sumaban veintiocho.

La partida

La expedición partió el 25 de septiembre de 1581 desde Sanlúcar de Barrameda. Eran veintitrés navíos que llevaban a más de tres mil personas; entre ellas seiscientos soldados que iban a Chile con su nuevo gobernador, Álvaro de Sotomayor, trescientos cincuenta pobladores y seiscientos setenta marineros que junto con el resto constituían la guarnición militar para las fortalezas del estrecho. La escuadra iba muy bien armada y abastecida.

Ya al partir los azotó un temporal que los obligó a volver a Cádiz. Perdieron cuatro barcos y tres que quedaron a la miseria fueron abandonados. Dos meses después, el 9 de diciembre, vuelven a partir; esta vez con dieci-séis barcos. El 9 de enero de 1582 hacen escala en las islas de Cabo Verde, frente al África. Los maestres y otros, con el aval de Flores, venden gran parte de los alimentos de la armada, vino, pólvora, lonas y ropa. Un desastre. Finalmente dejan las islas y cruzan el Atlántico. Llegan a Río de Janeiro el 25 de marzo de 1582. En ese momento el Brasil era una posesión española, ya que Felipe II había unido los reinos de España y Portugal.

Durante la travesía se perdieron ciento cincuenta hombres por diversas enfermedades, y en Río de Janeiro murieron doscientos más. En este puerto continuaron los negociados y el tráfico, lo que culminó con la partida de la flota el 2 de noviembre. En el viaje hasta el Río de la Plata tuvieron temporales y fueron atacados por corsarios; sólo quedaron ocho naves. Entre las que se perdieron estaba la Proveedora, que, como su nombre lo indica, era el barco almacén. Entonces decidieron volver atrás para arreglar las naves, enfilaron hacia Santa Catalina, y allí permanecieron hasta el 7 de enero de 1583, fecha en que partieron nuevamente hacia el sur. El 19 de enero desembarcó el Gobernador de Chile con sus soldados en el Río de la Plata.

La escuadra más imponente jamás salida de España llegó al estrecho el 17 de febrero de 1583 con sólo cinco naves de las veintitrés que habían salido de España. Los vientos contrarios impedían la entrada al estrecho; lo intentaron durante varios días, entrando y volviendo a salir por culpa de los vientos y las mareas. El general Flores, cansado de semejante situación, decidió dar media vuelta y volver, ante el desconcertado Gamboa.

Discordias

En mayo llegaron otra vez a Río de Janeiro, y ahí se dividieron en dos bandos: Flores de Valdés decidió volver a España, mientras que Sarmiento de Gamboa se decidió a cumplir su misión.
Gamboa preparó su expedición durante todo el invierno, y partió el 2 de diciembre otra vez hacia el estrecho, esta vez decidido a fundar los asentamientos que crecieran en la mente de Felipe II. El 1º de febrero de 1584 llegaron al estrecho, aunque sólo pudieron desembarcar el día 7, debido a los vientos. Tomaron posesión de los territorios, y procedieron a buscar un buen lugar donde fundar una ciudad.

Primera fundación

El 11 de febrero de 1584 funda la ciudad de Nombre de Jesús. Estaba cerca del Cabo Vírgenes, la punta sudeste del continente. Todos los pobladores estaban presentes. Daban una imagen deprimente. Casi todos estaban descalzos y la mayor parte sin camisas y con la poca ropa que tenían hecha harapos. Eran unos trescientos.

Los días siguientes a la fundación se hizo el trazado de la ciudad. Se distribuyeron los terrenos entre los pobladores, los cuales comenzaron a levantar sus casas. Y por supuesto, se instituyeron las autoridades de la ciudad: el Cabildo, Regidores, Procurador, Ejecutor, Escribano y Alguacil Mayor.

Como si hubieran sido pocos los problemas sufridos, el almirante Diego de la Ribera se volvió a España sin siquiera avisar a los que estaban en tierra. Dejó sólo una nave, a la cual previamente despojó de su carga y hasta de clavos y candados, para los pobres ciento setenta y siete soldados, cuarenta y ocho marineros, dos frailes, cincuenta y ocho pobladores, trece mujeres y diez niños, más algunos peones que todos juntos constituían a la población. En total eran trescientas treinta y ocho personas. Todas ellas más las que murieron o escaparon en el viaje iban a de-pender de la ayuda exterior para sobrevivir en un lugar tan alejado e inaccesible, pero fueron abandonados a sus propios recursos. Con sólo un barco no podían hacer mucho.

Gamboa alentó a los pobladores para que construyeran viviendas sólidas, araran la tierra y sembraran granos y hortalizas. Con un optimismo que enternece, plantaron membrillos, parras y jengibres. Emplazaron algunos cañones para defenderse de ataques indígenas.

Segunda fundación

Estando en tan malas condiciones y con tanta desventaja, a Gamboa, sin embargo, se le ocurrió la loca idea de fundar otra ciudad a casi doscientos kilómetros, en la Segunda Angostura del Estrecho, cerca de la actual Punta Arenas (fundada en 1849). Eligió a los noventa hombres más robustos y enfiló hacia la Segunda Angostura por tierra; mientras la María, la única nave que tenía, iba por mar para encontrarse allá.

La marcha fue sumamente penosa, no tenían ya calzados y sus ropas eran harapos; para colmo de males fueron atacados por los indígenas. Muchos murieron en el camino, o simplemente desaparecían. Otros tantos se dejaban caer para morir y así poder huir de tanto suplicio. Pero Gamboa los arengó contándoles historias de grandes conquistadores como Cortéz y Pizarro. Finalmente llegaron y se encontraron con sus compañeros del barco.

El 25 de marzo de 1584 se funda la segunda población, a la que se llamó Ciudad del Rey don Felipe. Era un muy buen lugar, ya que tenía abundante agua y bosque; allí tendría que haberse fundado una única población. Se realizaron las mismas tareas que en la anterior ciudad. Se levantó un buen poblado, con la gran cantidad de madera que había en el lugar, material que no existía en Nombre de Jesús. Hubo sublevaciones e intentos de huir a Chile, pero fueron aplastados por Gamboa.

Todo listo

Finalmente a fines de mayo, Gamboa decidió partir hacia Nombre de Jesús para ver cómo andaban las cosas por allá. Fue por mar con la única nave que tenía. Al llegar sólo tuvo tiempo de enviar información y algunas instrucciones, ya que al cortarse el ancla, la nave fue expulsada por los vientos hacia el Atlántico. Los vientos eran tan fuertes y contrarios, y el barco estaba en tan malas condiciones, que desistieron de entrar en el estrecho y partieron al Brasil en busca de ayuda y provisiones. Pero Gamboa no sabía que le esperaba una gran racha de mala suer-te. Los barcos que envía desde el Brasil al estrecho naufragan en la costa brasileña. Ya sin dinero decide partir a España. Como si fuera poco, en el viaje es capturado por unos corsarios ingleses y nunca más volvería al estrecho. Sólo lo liberarían en 1590; él mismo tuvo que pagarse el rescate.

Abandonados

¿Qué pasó con la gente del estrecho? Nadie más se preocupó por ellos. Al pobre Gamboa no le prestaron atención en España luego de su largo cautiverio en cárceles inglesas, y lo hicieron olvidarse de los pobres pobladores. Nadie partió en su ayuda ni siquiera un pequeño barco. Si no fuera por dos corsarios ingleses que pasaron por el estrecho, no se sabría nada sobre esa pobre gente.

Los únicos relatos que nos refieren lo sucedido en esas ciudades hasta su desaparición son los de dos corsarios ingleses y el de Tomé Hernández, sobreviviente rescatado por uno de ellos, que cuenta en 1620 su historia frente a la corte de Lima.

En Nombre de Jesús, cuando partió Gamboa en mayo de 1584, había ciento noventa y tres personas al mando de Andrés de Biedma, y unos cien, en Rey Don Felipe al mando de Juan Suárez de Quiroga. Los pobres estaban descalzos y casi desnudos. No tenían para comer más que mariscos y algunos frutos silvestres; sin quererlo se habían convertido en otros indígenas más, pero que con menos experiencia que éstos para sobrevivir en tales condiciones.

Tres años más tarde, el 6 de enero de 1587, llegó al estrecho una flota corsaria inglesa al mando de Thomas Cavendish. Los pobladores ya no estaban en las ciudades, sino que se habían esparcido por la costa para poder tener mejor acceso a la pesca. Estos corsarios encontraron a dieciséis españoles. Según uno de ellos, Hernando, los demás habrían muerto de hambre. Tres españoles suben a bordo, los otros son temerosos del enemigo inglés. Tomé es uno de los que sube. Más tarde los otros dos bajan a tierra con la misión de traer a todos los sobrevivientes, ya que los ingleses se ofrecen a salvarlos; pero repentinamente, al soplar un viento favorable, los ingleses deciden partir y dejan a los pobres sobrevivientes en tierra, llevándose a Tomé Hernández. Quedaban doce hombres y tres mujeres.

El día 9 de enero los ingleses desembarcan en la ciudad Rey don Felipe, donde roban las piezas de artillería. Cavendish rebautizó a la ciudad como Port Famine o Puerto Hambre. Los cadáveres de los españoles eran los únicos pobladores, hasta quedaban tres colgados de la horca, ajusticiados quién sabe por qué. Luego llegan a la costa de Chile, donde el español logra escaparse, y puede contar su historia.

En 1590 pasa por el estrecho el corsario inglés Andrew Merrick. Encuentra a un solo español, totalmente loco. Hacía dos años que vivía solo, en una casa y con un arcabuz. Aunque murió en el desastroso viaje de vuelta a Inglaterra, era el último sobreviviente de los trescientos treinta y ocho que habían desembarcado seis años antes con la intención de fundar dos ciudades que protegieran el estrecho de los corsarios ingleses.

Gracias a Tomé Hernández y a los corsarios ingleses, se supo cómo los pobres pobladores del estrecho padecieron el frío, el hambre, los ataques indígenas… y el abandono.

Para saber más
Arcinega, Rosa. Pedro Sarmiento de Gamboa. Sudamericana. Buenos Aires, 1956.
Barros, José Miguel. “Primer testimonio de Tome Hernández sobre las fundaciones hispánicas del Estrecho de Magallanes”. Anales del Instituto Patagónico, Punta Arenas, Chile, Vol. 9, 1978.
Braun Menéndez, Armando. Pequeña historia austral. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires, 1971.
Braun Menéndez, Armando. Pequeña historia magallánica. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires, 1969.
Martinió, Mateo. “Nombre de Jesús, una población de ubicación incierta”. Anales del Instituto Patagónico, Punta Arenas, Chile, Vol. 9, 1978.
Saenz Quesada, María. “Pedro Sarmiento de Gamboa, el navegante infortunado”. Todo es Historia, N° 166. marzo 1981.
Sarmiento de Gamboa, Pedro. Viajes al Estrecho de Magallanes. Madrid, 1988. Alianza Editorial.
Taiana, Jorge A. La gran aventura del Atlántico Sur. Navegantes, descubridores y aventureros (siglos XVI-XVIII). El Ateneo. Buenos Aires, 1985.