martes, julio 31, 2007

Lucía Miranda, una historia de amor en la conquista

Cuenta la leyenda, que en la expedición realizada por Sebastián Caboto ocurrió una historia muy particular. Como dice una canción: "Ésta es la historia del eterno triángulo", sólo que en este caso son dos caciques timbúes los que le disputan a un español el amor de una hermosa española llamada Lucía Miranda.

La expedición de Caboto había fundado un fuerte el 11 de mayo de 1527 a orillas del Carcarañá, río que desem-boca en el Paraná. Fue el primer establecimiento europeo en nuestro territorio, y fue llamado Sancti Spiritus.

La leyenda nos llega a través del historiador Ruy Díaz de Guzmán en su libro La Argentina, de 1612. Se cuenta que entre los timbúes que habitaban la zona del fuerte, había dos caciques que eran hermanos. Uno se llamaba Mangoré, y el otro, Siripo, de unos treinta años ambos, valientes y expertos en las artes de la guerra. Mangoré se había enamorado de una mujer española que vivía en la fortaleza, llamada Lucía Miranda; estaba casada con el español Sebastián Hurtado.

Los timbúes tenían tratos con los españoles y les llevaban alimentos. Mangoré le hacía muchos regalos a Lucía, y la ayudaba dándole comida. La española, muy agradecida por los regalos, le daba un trato muy amoroso. El caci-que se entusiasmó más de la cuenta con Lucía. Tanto pensaba en ella, que organizó en su mente el rapto de su amor no correspondido. Decidió invitar al marido de Lucía a mudarse a su pueblo, donde recibiría hospedaje y amistad, pero el español, con buenas razones, se negó. El cacique terminó por perder la paciencia. Con gran indignación y mortal pasión, al ver que la española no le prestaba la atención que él deseaba, y el esposo menos todavía, comenzó a preparar una traición a los españoles para conseguir a Lucía.

En ese momento de la historia entra en acción el otro cacique, su hermano Siripo. Mangoré le dice que no con-venía obedecer a los españoles, porque éstas eran tierras timbúes, y ellos eran tan señores en sus cosas, que en po-cos días los pondrían bajo su control, y en perpetua servidumbre. Entonces le pide a su hermano que lo ayude a destruir a los españoles, matando a todos y asolando el fuerte. Pero Siripo no quiere saber nada, y le pregunta cómo podía él pensar en una traición, cuando los españoles siempre le habían profesado amistad y él se sentía tan atraído por Lucía. Mangoré le replica indignado que así convenía para el bien común de los timbúes, y como él lo quería así, su hermano tenía que aceptarlo. Con esto persuadió a Siripo que accedió a realizar el ataque en el momento más oportuno.

La traición

Mangoré planeó el asalto al fuerte con más de cuatro mil hombres, aprovechando la salida varios españoles en busca de comida, entre ellos el marido de Lucía. Así salió con treinta hombres hacia la fortaleza, con comida y otras cosas, y repartió todo entre los españoles. Éstos, agradecidos, lo hospedaron en el fuerte por aquella noche. Una vez seguro de que todos dormían, Mangoré mandó matar a los centinelas, y abriendo la puerta hizo que entra-ran los cuatro mil hombres que esperaban emboscados fuera del fuerte. Los españoles se defendieron con gran va-lentía, pero ésta no alcanzó. Fue una carnicería. Los pocos que pudieron salir con vida escaparon hacia los barcos y se salvaron. Mangoré murió en el ataque.

Sólo quedaron con vida en el fuerte cinco mujeres, entre las cuales estaba la tan cara Lucía Miranda, más cuatro muchachos que fueron capturados. Siripo, viendo a su hermano muerto por una mujer española, lloró mucho, y lo único que pensó fue en quedarse con ella como prenda.

El Triángulo

Lucía lloraba mucho por su situación, aunque Siripo la trataba muy bien. El cacique, al verla así, la tomó por mujer y la consolaba diciéndole que era señora de todos sus dominios.

Al tiempo llegaron ante Siripo unos guerreros con un cautivo; era Sebastián Hurtado, el marido de Lucía. Éste, viendo el fuerte destruido, sólo pensó en buscar a su mujer y quedarse prisionero de los timbúes, si eso bastaba para ver a su Lucía. Siripo, al reconocerlo, ordenó que lo ejecutasen. Pero Lucía rogó por su marido y Siripo accedió a tomarlo como esclavo.

Sin embargo, ocurrió que Lucía y su esposo se veían a escondidas del cacique, y éste se enteró por una de sus esposas que estaba celosa de la “españolita”. Preso de una rabia infernal mandó que se armase una gran pila de madera sobre la cual se puso a Lucía Miranda y la prendió fuego. Ella aceptó con gran valor la sentencia y muerte. Al marido le reservó otro tipo de muerte. Lo ataron de pies y manos a un algarrobo, y le lanzaron dardos, primero, y luego, flechas hasta que lo mataron.

La historia

Hasta acá la leyenda. ¡Qué historia! Pero ¿fue cierta? Eso parece ¿no?, aunque está comprobado por diversos historiadores que no hubo ni una mujer en la expedición de Sebastián Caboto.
Lo cierto es que los españoles y los indígenas tenían un trato cordial, comprometiéndose estos últimos a traer alimentos a cambio de mercancías que los españoles les daban. El trato de los españoles a los indígenas no era de igual a igual, como estos últimos habrían esperado.

Un día, antes de que Caboto partiera en expedición, ocurrieron diversos incidentes con los indígenas, que dieron lugar a fuertes actos de violencia por parte de los españoles. Los indígenas dejaron de ir a comerciar al fuerte. Todo hacía temer un ataque indígena. Una vez partido Caboto, el capitán Gregorio Caro, encargado del fuerte, descuidó su defensa. Había muchos españoles que tenían sus casas fuera del muro, si se le podía decir muro a una pila de tierra. En septiembre de 1529, pocos días después de partir Caboto en expedición, tuvo lugar el asalto, incendio y destrucción del fuerte de Sancti Spiritus.

Ocurrió de madrugada, la guardia del fuerte no estaba en su lugar. Varios cientos de indígenas habían rodeado el fuerte en silencio durante la noche y se lanzaron de golpe sobre los somnolientos españoles. Éstos, en vez de dar lucha hasta la muerte como cuenta la leyenda, salieron despavoridos sin saber hacia dónde correr. El jefe del fuerte, Gregorio Caro, que en la leyenda tiene otro nombre y muere valientemente, fue el primero en refugiarse en los barcos, seguido por varios otros. Uno de los barcos logró retirarse de la zona de combate, pero el otro quedó vara-do, y no pasó mucho hasta que los indígenas lo tomaron y quemaron. El fuerte fue destruido totalmente junto con las veinte casas que había mandado a construir Caboto.

La mayor parte de los antiguos historiadores de las tierras argentinas, Ruy Díaz de Guzmán, Lozano, Guevara, Charlevoix, Azara y otros, contaron la historia de Lucía Miranda como cierta. Modernamente, el historiador Legui-zamón demostró que fue el cronista Ruy Díaz de Guzmán el creador de la leyenda del martirio de Lucía Miranda en la destrucción del fuerte Sancti Spiritus. Su relato fue tomado por los historiadores posteriores, hasta que a fines del siglo XIX, el autor de la Historia del Puerto de Buenos Aires, Eduardo Madero, formuló la primera duda, y hoy está ya completamente demostrada la absoluta carencia de fondo histórico que tiene esta historia. Ella, sí tiene un fondo cultural: la relación entre los españoles e indígenas, y la lucha por la tierra.

También se quiso ver un intento de contener y desprestigiar las relaciones sexuales entre españoles e indígenas, que por lo general sucedían al revés de lo que se cuenta en esta historia, eran más comunes entre hombres españoles y mujeres indígenas. En la época en que Ruy Díaz escribió el relato (principios del siglo XVII) la relación entre españoles e indígenas era muy co-mún, y horrorizaba los pocos sacerdotes que había en estas zonas.

Para saber más

Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Bue-nos Aires, 1980. Cap. III.
Gandía, Enrique. Historia crítica de los mitos de la conquista de América. Pag 176-177.
Guzmán, Ruy Diaz de. La Argentina. Emecé, Buenos Aires, 1998. Cap. VII.
Lassaga, Ramón. Tradiciones y recuerdos historicos. Cap. XIV.
Leguizamón, Martiniano. “La leyenda de Lucia Miranda”. Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, Año VI – N° 1, marzo 1919.
Lozano, P. Pedro. Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán. Buenos Aires, 1873. Cap. II.
Madero, Eduardo. Historia del Puerto de Buenos Aires. Buenos Aires, 1902. Pag. 114-117.
Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.
Silvestre, Hugo L.. “Lucía Miranda: leyenda y literatura”. Todo es Historia, N° 155, abril 1980.

martes, julio 24, 2007

La Sierra de la Plata y el Rey Blanco

Los guaraníes de la costa brasileña contaban que muy al occidente estaba la riquísima tierra de los caracaraes, dominio del Rey Blanco, en donde había una gran sierra de plata (no rica en plata sino maciza) ríos de oro y maravillas indecibles. Entrando por el Río de la Plata se podían cargar los barcos con metales preciosos, aún lo más grandes. Los súbditos del Rey Blanco llevaban coronas de plata en la cabeza y planchas de oro colgadas al cuello.

Muchos exploradores españoles fueron deslumbrados por las constantes noticias que daban los indios sobre la Sierra de la Plata y del imperio grandioso que se hallaba hacia el occidente ignoto, custodiado por un gran dragón invencible. A este dragón bien lo podría representar la impenetrable selva del gran Chaco, y como veremos mas adelante fue finalmente vencido.

Su origen

Los incas irradiaron esplendor y riqueza por toda América del Sur; en tiempos anteriores a la conquista española.

Los guaraníes realizaron grandes emigraciones hacia las tierras incaicas del Perú con ánimo de conquista, pero fueron expulsados. Algunos, en su regreso, se establecieron en el gran Chaco y en las tierras paraguayas. Ya en las costas del Brasil, se encargaron de divulgar la fama de la Sierra de la Plata, de las ricas minas de Charcas. La noticia era cierta, pero deformada por el reflejo incaico, y mal calculada en su distancia del cerro Saigpurum, luego descubierto y llamado Potosí por los españoles.

Primera búsqueda

Corría el año 1516, y tres naves volvían a España por el río Paraná Guazú tras haber descubierto este inmenso río al que Juan Díaz de Solís llamó Mar Dulce. Los huesos del gran Capitán quedaron junto con los de varios compañeros en esas playas, luego de una matanza seguida de un ritual antropofágico de la cual sólo se salvó, de todo el grupo de desembarco, el grumete Francisco del Puerto. Luego, la pequeña flota pasó, sin su Almirante, junto a la isla Yurúminrín que más tarde Sebastian Caboto bautizaría con el nombre de Santa Catalina, en la costa del Brasil. Una de las carabelas, retrasada, naufragó en el Puerto de los Patos, la costa frente a la isla; quedaron ahí abandona-dos dieciocho tripulantes.

Estos náufragos se enteraron de la historia de la Sierra de la Plata. Uno de ellos, Alejo García, decidió realizar una expedición en su busca. Hay que aclarar que estos españoles eran náufragos en tierra indígena, y que estaban a casi dos mil kilómetros de Potosí. El audaz Alejo García, con cuatro de sus compañeros, logró alistar a varios cien-tos de guaraníes, algo que no le costó mucho, ya que éstos realizaban migraciones cada determinada cantidad de años hacia esa zona. La expedición cruzó las extensas selvas brasileñas y logró llegar a las sierras de Potosí, la ansiada Sierra de la Plata. Corrieron muchos peligros y guerrearon contra numerosos indígenas a su paso. Cuando García volvía de esta arriesgada expedición, cargado de oro y de plata, fue atacado y muerto por indígenas, y su expedición deshecha. Sólo algunos guaraníes y un hijo (americano) de García lograron regresar al Puerto de los Patos, donde estaban los demás náufragos a quienes les contaron las maravillosas historias sobre las inmensas riquezas y la muerte de sus compatriotas, que luego recorrerían la costa brasileña. Se cree que esta expedición ocurrió no mucho antes de la llegada de Caboto al Río de la Plata, hacia 1525.

La codicia

Las noticias de la Sierra de la Plata corrían por toda la costa del Brasil, desde Pernambuco hasta el Río de la Plata, el cual obtiene su nombre por ser la vía más rápida hacia la famosa sierra, y no porque hubiera plata en sus costas. Estas noticias habían llegado a España en las naves de Solís; del portugués Cristóbal Jacques, que se encontró con el grumete Francisco del Puerto (sobreviviente de la matanza de Solís) en el Río de la Plata; de Rodrigo de Acuña; y de aquel castellano que en 1521 habló con nueve náufragos de Santa Catalina y subió por el Río de la Plata un buen trecho. Estas buenas nuevas y los rumores sobre el imperio incaico se habían extendido por la costa brasileña hasta la boca del inmenso río de Solís. Y habían llegado hasta España "clavándose como una obsesión en la mente de Sebastián Caboto".

Caboto firma con el rey de España una capitulación para ir a las islas Molucas (en el sudeste asiático). Llegó a la costa del Brasil el 3 de junio de 1526; fondeó en Pernambuco, una factoría portuguesa. Durante su larga estancia allí, Caboto decidió, si no lo había hecho en España, explorar el río descubierto por Solís. Había obtenido bastante información sobre la existencia de grandes cantidades de metales preciosos.

Anoticiado de la existencia de los náufragos de Solís, los recoge en su camino al Río de la Plata. Sólo quedaban dos, Enrique Montes y Melchor Ramírez, los cuales exageraron sobremanera las riquezas que existían en la zona del Plata.

¿Un río con plata?

En el Río de la Plata sólo encontraron hambre y desastres. Con las mismas “riquezas” se encontró Diego García de Moguer (ex-integrante de la expedición de Solís), quien al igual que Caboto, había conseguido la capitulación para ir a las Molucas, y la violaba igual que aquel, para explorar el Río de la Plata atraído por las riquezas de la famosa sierra. Caboto y García regresaron a España sin poder encontrar nada, sólo llevaron consigo más leyendas que atraerían a más españoles al Río de la Plata.

Todas las noticias que llegaban del Perú y de la todavía esquiva Sierra de la Plata, prepararon la armada de don Pedro de Mendoza, la cual se hizo a la vela con más de dos mil hombres para defender la Raya de Tordesillas contra los avances de los portugueses, que por el Brasil pretendían alcanzar las minas peruanas.

El final de la leyenda

Mucho fue el hambre que se pasó luego de la fundación de Buenos Aires en 1536, como veremos más adelante. Juan de Ayolas, decidido a llegar a la Sierra de la Plata, se lanzó aguas arriba del Paraná. Poco más tarde salió Juan de Salazar de Espinoza llevando una ayuda que no pudo llegar a tiempo.

Desde el alto Paraguay, Ayolas cruzó el Chaco, dejando en un puerto a Martínez de Irala con treinta y tres hombres. Luego de muchos contratiempos llegó a las minas de Charcas y, al igual que Alejo García años antes, cargó todo el oro y plata que pudo. Sus hombres estaban muy debilitados y eran pocos; esto decidió a los indígenas que los acompañaban a sublevarse y matarlos a palos estando muy cerca de la meta, como revelarían algunos "indios amigos".

Mientras Salazar fundaba la actual Asunción del Paraguay, Irala llegaba hasta las mismas puertas del Perú, des-cubría que hacía tiempo que otros españoles dominaban esas tierras. El mito de la Sierra de la Plata se diluía en el olvido.

Para saber más

Domínguez, Manuel. El alma de la raza.

Fernández de Castillejo, Federico. La ilusión de la conquista. Atalaya. Buenos Aires, 1945.

Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Bue-nos Aires, 1980.

Gandía, Enrique de. Historia crítica de los mitos de la conquista de América.

Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.

lunes, julio 16, 2007

¿De dónde salieron los indígenas americanos?

¿De dónde salieron los indígenas americanos? Ésta es una pregunta que se realizaron los europeos casi inme-diatamente después del “descubrimiento” del Nuevo Mundo. Durante todos los siglos que nos separan de la llegada de Colón a América (1492), corrió mucha tinta sobre el supuesto origen de los primeros americanos. Infinidad de soluciones se han propuesto para explicar la presencia del hombre en esas nuevas tierras que se abrieron a la expan-sión europea. La mayoría nos parecerán graciosas o absurdas para nuestra época, pero eran proposiciones muy se-rias para aquellos tiempos.

En los primeros años del siglo XVI comenzó a manifestarse la idea de que las tierras a las que había arribado Colón no pertenecían al Asia, sino que eran parte de un nuevo continente del cual no se tenían noticias. El principal problema para el pensamiento europeo de esa época era que en los libros sagrados no se mencionaba ese continente ni a sus pobladores, que aparentemente eran humanos. Al principio se dijo que no eran hombres, sino que sólo lo parecían. Pero esta aberrante afirmación se echó por tierra con la bula papal del 9 de junio de 1537 (cuarenta y cin-co años después del descubrimiento), en la cual se consideraba a los indios americanos como verdaderos hombres, racionales y dotados de alma. Anteriormente el papa Alejandro VI había aprobado sin reservas la intención de los reyes de España de someter a los indígenas para convertirlos más fácilmente a la religión cristiana, como un acto de piedad religiosa.
Estos postulados, más que aclarar las cosas las complicaron, ya que en la Biblia no se los mencionaba, por lo tanto eso indicaba que tenían que haber sido creados aparte. Se barajaron muchas teorías, todas relacionadas con lo religioso, que era autoridad en esa época. La fantasía imperó en muchas de esas investigaciones; también se forzaron las evidencias en la mayoría de los casos.


Los judíos

Algunos, como Ario Montano en el siglo XVI, plantearon que los americanos eran descendientes de unos tata-ranietos de Noé. ¿Se acuerdan? El del diluvio. Montano aparece por primera vez con su libro Biblia Poliglota, pu-blicado en Amberes de 1569 a 1573. Tenía una concepción bastante original: dos hijos de Jectan, biznieto de Sem, hijo de Noé, habrían poblado América. Uno de ellos, Ophis, llegó al noroeste de América y de allí a Perú, y el otro, Jobal, colonizó Brasil. El historiador B. de Roo resucitó esta tesis en 1900.

Marcio Lescarboto, en su libro Nouvelle France publicado en 1612, le otorga el mote de padre de los ameri-canos a Noé. Aduce que él se habría preocupado especialmente de poblar la actual América: “...pudo conducir allí a sus hijos, y no le fue más difícil ir por el estrecho de Gibraltar a la Nueva Francia (Brasil), desde Cabo Verde (África) a Brasil, de lo que fue a sus hijos ir a establecerse en Japón...”.

Otro que le otorgó el origen de los americanos a los judíos fue Gregorio García, que en 1607 publicó Origen de los indios del Nuevo Mundo, donde trataba de demostrar las coincidencias morales, lingüísticas, etc., que había entre los judíos y los indígenas americanos. Muchos historiadores y filósofos se unieron a la hipótesis judía: Tor-nielli, Vatablio, el alemán Gilbert Genebrand, André Thévet, y los ingleses Theodore Thorowgood y John Dury, son algunos.
Otros los imaginaron descendientes de las diez tribus perdidas de Israel. Esta teoría se basaba en lo ocurrido durante el año 721 a. C., cuando las diez tribus norteñas de Israel fueron conquistadas por Asiria y desaparecieron de la historia. Muchos autores trataron de defender esta hipótesis. Bartolomé de Las Casas, el padre Durán y un rabino portugués llamado Manasseh Ben Israel trataron de demostrar que las tribus perdidas se habrían refugiado en América. En siglos posteriores dicha hipótesis siguió encontrando defensores; el último fue lord Kingsborough, en el siglo XIX.


Los fenicios y otros

También los fenicios recibieron el nombre de padres de los americanos. Éstos habrían mandado colonias de emigrantes hacia América. Basándose en parecidos culturales, lingüísticos, a veces toponímicos, varios autores trataron de probarlo. Horn lo hizo en 1562; Huet, obispo de Avranches, en 1679; Court de Gébelin, de 1778 a 1784; y Ph. Gaffarel, en 1875. Geo Jones, abogado de Nueva York, trató de encontrar los antepasados de los indígenas americanos entre los fenicios de la ciudad de Tiro, quienes habrían huido luego de la conquista de su ciudad llevada a cabo por Alejandro Magno. También le atribuyeron el origen de los americanos a navegantes extraviados durante la expedición de este último a la India.

Asimismo se buscaron semejanzas y coincidencias a través de la lingüística, el arte, la tecnología y la arquitec-tura. Descubrieron conexiones con las civilizaciones de Creta, los carios de Asia Menor, los cananeos de Medio Oriente, romanos, griegos, egipcios, celtas, irlandeses y tantos otros. Trataron de encontrar el origen de las lenguas americanas en la japonesa, china, suméria, polinesia, cópta (de Egipto), vasca, y muchas más.

En 1829, se publicó un libro de John Ranking, en el cual se introducía a los mongoles en la carrera por los orí-genes americanos. Hacia 1380 Kublai Khan intentó conquistar Japón, pero su flota fue dispersada por una gran tormenta. Según el autor, las naves fueron llevadas por la tempestad hacia las costas americanas, donde los náufra-gos habrían fundado el imperio incaico. Varios autores compartieron esta tesis u otras semejantes.

Otros posibles padres de los americanos, serían los habitantes de la Atlántida, según E. Bailly d'Engel, 1767 y Carli en 1780. F de Castelnau opinó, en 1851, que los descendientes de Sem, hijo de Noé, habrían pasado por la Atlántida para colonizar América.


Orígenes locales

También se presentó la hipótesis del origen autóctono de la población americana. Varios sabios plantearon que el hombre se habría originado separadamente en todos los continentes, y América no era la excepción. Bory de Saint-Vincent, Frederick Muller, Morton, Meigs, Agassiz, Hervé, Haeckel, Hovelacque, Pouchet y otros habrían defendido esta hipótesis, llamada poligenista. Isaac La Peyrère, autor de Preadamitae (1655), sostenía que sólo Adán era el progenitor de los judíos, mientras que los otros pueblos antiguos descendían de antepasados preadami-tas. Henry Home, lord Kames, trató de llegar a un acuerdo con el Génesis en su libro Sketches of the history of man (1774). Dijo que las diferencias del ser humano se habrían generado luego de la construcción de la Torre de Babel; Dios habría equipado milagrosamente a cada grupo de hombres con especiales adaptaciones al clima, inteligencia y demás características. Afirmaba que los americanos no descienden de ningún pueblo del viejo mundo y postulaba una creación distinta para explicar su existencia.

Dios habría creado a todos los pueblos a partir de Adán y Eva, mientras que a los americanos los creó solos. ¿Serían el verdadero pueblo elegido?
Otros, como el alemán Johann Blumenbach o el francés Leclerc, conde de Buffon, creían que Adán y Eva habían sido blancos. Las otras "razas", entre las que se encontraban los americanos, eran una forma de degeneración. Pero por lo menos creían que ésta podía invertirse con un adecuado control, obviamente por parte de los europeos.


Madre argentina

Pero la teoría más interesante, sin duda, es la que el argentino Florentino Ameghino esbozó en el libro La anti-güedad del hombre en el Plata. Ameghino sostenía que el hombre era originario de América, y nada más ni nada menos, que de las pampas argentinas. Veamos esta teoría con detenimiento.

Los descubrimientos hechos o inspirados por el paleontólogo argentino Florentino Ameghino fueron, para su época, sensacionales y revolucionarios. Si bien son rechazados actualmente por los expertos, tuvieron tanta reso-nancia, que merecen ser expuestos.

Lo característico de los trabajos de Ameghino relativos al hombre y a los antropomorfos (antepasados con for-ma humana) es que la hipótesis ha precedido en mucho a los hechos sobre los cuales lógicamente hubiese debido apoyarse.

Según él, América habría sido el centro de evolución de todos los mamíferos y ciertos antecesores del hombre que, en las planicies desprovistas de vegetación arborescente de la Argentina, "se vieron obligados a levantarse sobre sus miembros posteriores para explorar el horizonte". Habrían dado nacimiento, así, al verdadero precursor del hombre, es decir, al primer ser adaptado a la posición erecta que él llama Tetraprothomo. De éste habrían naci-do por evolución progresiva el Triprothomo, el Diprothomo y finalmente, el Prothomo, antecesor inmediato del hombre actual. Éstos fueron descubiertos más tarde por Ameghino.

El Tetraprothomo argentinus está representado por un fémur y una vértebra cervical hallados en Monte Hermo-so (provincia de Buenos Aires); el Diprothomo platensis, por un casquete craneano descubierto en el puerto de la ciudad de Buenos Aires; el Prothomo pampeus, por una serie de cráneos y osamentas provenientes de diferentes lugares de la Argentina. Según Ameghino, el primero debió pertenecer a las capas geológicas más antiguas del mioceno superior (serían más de veinte millones de años); el segundo, al plioceno (cinco millones de años) y el tercero, a esa misma formación geológica, sólo que en su parte media. Los tres serían de la era terciaria, y por lo tanto, anteriores a los vestigios de esa época que había en el Viejo Continente. En consecuencia América sería la cuna de la humanidad, de cuyo centro partieron las emigraciones que poblaron la tierra de mamíferos y de hom-bres.

La edad que Ameghino atribuye a sus múltiples hallazgos está muy lejos de lo real. Él fue el único que sostenía esa antigüedad para las capas geológicas en que se encontraron dichos hallazgos; éstos por sí mismos, no valen mucho. Seguiremos al famoso Paul Rivet, que escribió El origen del hombre americano. Un fémur y una vértebra bastaron para que Ameghino creara al Tetraprothomo. Ambas piezas proceden de un mismo yacimiento. La vérte-bra es humana pero, según estudios posteriores, corresponde a una mujer piamontesa (italiana) y el fémur no puede pertenecer a esa mujer ya que es mucho más corto de lo que debiera ser y por sus particularidades no se lo conside-ra humano; perteneció a un carnívoro, probablemente a un félido. El casquete craneano que condujo al Diprot-homo, está sumamente incompleto y Ameghino habría hecho mal la reconstrucción. Mochi, Schwalbe y Von Lus-chan demostraron que el casquete craneano había sido proyectado erróneamente. Según el sabio argentino los crá-neos que representaban al Prothomo tenían rasgos primitivos, pero los antropólogos experimentados R. Lehmann-Nitsche, A. Mochi y A. Hrdlicka no tuvieron dificultad en descubrir que estos caracteres provienen de errores de técnica y de una deformación artificial que se practicaban los indígenas. En cuanto a los huesos, son de edad re-ciente, no más antiguos que la época de la conquista española.

La explicación de Ameghino se basaba en premisas e interpretaciones erróneas de los materiales observados; no olvidemos que se trataba de un científico formado por su propio esfuerzo. Sus convicciones lo desacreditaron en el ambiente científico, debido a que empañaron su gran actuación en la paleontología argentina en el estudio de la fauna extinta.


Nos vamos acercando

En 1590 se publicó un libro llamado Historia natural y moral de las Indias, en el cual su autor, el jesuita J. De Acosta, suponía que los habitantes de América habían llegado del norte de Asia: “...lo hicieron no tanto navegando por mar, como caminando por tierra; y este camino lo hicieron muy sin pensar, mudando sitios y tierra poco a po-co...”. En esa época no se conocía bien el norte de América, y menos el oeste, así que De Acosta pensó que habrían pasado por algún territorio desconocido para la época. Según él estos pobladores habrían sido cazadores que “... hayan penetrado, y poblado poco a poco aquel mundo...”.

Ya en el siglo pasado el rigor científico comenzó a liderar las teorías. Alexander von Humboldt, en 1810, decía que las poblaciones americanas eran de origen asiático y que habrían venido por el estrecho de Bering. Muchos compartieron esta teoría durante el siglo XIX y principios del XX, como Powell, Holmes, Hrdlicka y otros. Es la teoría que se acepta hoy, aunque más elaborada que aquella.


Teorías actuales

Hubo una época en la que el estrecho de Bering no separaba a América de Asia, sino que estos continentes esta-ban unidos por una lengua de tierra que los geólogos llamaron Beringia. Esto ocurrió al final del pleistoceno, hace más de diez mil años, cuando el mar de Bering no existía. Debido a que el clima en esos tiempos era mucho más friío que el actual, los océanos del mundo tenían menos agua líquida que en la actualidad, ya que el agua estaba acumulada en inmensos glaciares en los polos y en el norte de los continentes. Al bajar tanto el nivel del mar, el estrecho de Bering habría quedado al descubierto y convertido en un territorio posible de ser habitado, como el norte de Asia.

El puente de Beringia es la única ruta temprana aceptada hoy. A partir de la entrada por este paso, se habría poblado a lo largo de cientos y cientos de años, la totalidad del continente americano. Los sitios arqueológicos más antiguos de Sudamérica tienen doce mil años.
Hubo otras rutas de poblamiento, pero más tardías. Hace tres mil años y posteriormente, habrían llegado nuevos habitantes por otras vías como el océano Pacífico, pero que no habrían tenido incidencia demográfica ni cultural, salvo en alguna región.

La influencia europea está descartada hasta la llegada de Colón, ya que en América no se conocía la rueda, muy difundida en Europa. Los vikingos sólo hicieron algunas incursiones al norte de América, fundaron dos colonias en Groenlandia que duraron solamente trescientos años y no habrían influido sobre las culturas indígenas.

Hay muchos debates y teorías sobre cómo y cuándo se habría poblado América, La controversia no ha conclui-do todavía, pero algo seguro es que los primeros pobladores de América provinieron del norte de Asia.


Para saber más

Boorstin, Daniel J. Los Descubridores. Grijalbo Mondadori. Barcelona, 1986.
Carnac, Pierre. El primer descubrimiento. Martínez Roca. Barcelona, 1991.
Harris, Marvin. El desarrollo de la teoría antropológica. Alianza, 1992.
Lewin, Roger. Evolución Humana. Biblioteca Ciantífica Salvat. Barcelona, 1993.
Meek, Ronald. Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría de los cuatro estadios.
Pelaez, Pablo. Registro material y nuevos modelos sobre el poblamiento de América.
Rivet, Paul. Los orígenes del hombre americano. Fondo de Cultura Económico. México, 1960.