lunes, junio 12, 2006

Gobierno inglés sobre Buenos Aires en 1806

Los ingleses no podían haber estado más equivocados cuando pensaron que la conquista de Buenos Aires iba a resultar fácil y segura. El comodoro Home Riggs Popham estaba convencido de que la llegada de las fuerzas inglesas sería celebrada por los habitantes de Buenos Aires, oprimidos por el poder español, y los partidarios del libre comercio. La realidad no fue tan simple para los invasores.

El 14 de abril de 1806 zarpó de la ciudad de El Cabo la expedición al mando del comodoro Popham, transportando un ejército dirigido por el general William Carr Beresford, que sería nombrado Gobernador al llegar al Plata, para excluir la posibilidad de que Popham con sus ideas liberales quisiera independizar la ciudad.

El 25 de junio las naves inglesas aparecieron frente a Buenos Aires, y entre las once y las doce del mediodía comenzaron a desembarcar sus efectivos en las playas de Quilmes con toda tranquilidad y sin la menor oposición. Esto ocurría a la vista de todos los testigos que miraban desde la fortaleza, la alameda y desde algunos techos.

Un oficial inglés de esa tropa escribiría años más tarde: "Nuestro ejército efectivo, destinado a conquistar una ciudad de más de cuarenta mil habitantes, con un inmenso cuerpo para disputarnos la entrada en ella, se componía solamente de setenta oficiales de toda graduación, setenta y dos sargentos, veinte tambores y mil cuatrocientos sesenta y seis soldados". Mientras las chalupas iban y venían desembarcando ingleses, las embarcaciones de guerra porteñas permanecieron ancladas sin recibir orden alguna.

La ocupación

La ciudad cayó en dos días sin mucha pelea. El pueblo le echaba la culpa a la ineficacia y cobardía del virrey marqués de Sobremonte, que se mantuvo inactivo y ordenó a las fuerzas y voluntarios porteños que hicieran lo mismo, hasta que, en fuga, el Virrey ordena al brigadier José Ignacio de la Quintana iniciar las tratativas de capitulación.

A la tres de la tarde del 27 de junio de 1806, bajo la lluvia y el frío, desfilaron los soldados ingleses por las calles de la capital virreinal, estirando la fila para parecer más. "Los balcones de las casas estaban alineados con el bello sexo, que daba la bienvenida con sonrisas y no parecía de ninguna manera disgustado con el cambio", comenta nuestro cronista inglés.

"Yo he visto en la plaza llorar a muchos hombres por la infamia con que se les entrega, y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de1806 vi entrar mil quinientos sesenta hombres ingleses, que apoderándose de mi patria se alojaron en el fuerte y demás cuarteles de esta ciudad." Así opinaba Mariano Moreno, prócer de la Revolución de Mayo.

La bandera británica estaba en lo alto de la Fortaleza de San Juan de Austria, vivienda de los virreyes, si bien no podía flamear por la lluvia, que la mojaba y estrujaba contra el asta. Allí se alojaría Beresford con cuatrocientos hombres de la tropa, los demás irían treinta en cada uno de los "puestos" de piquetes, en el Cabildo, el Retiro y el Bajo; el resto en el viejo teatro de la Ranchería, improvisado cuartel. Los oficiales lo harían en casas de familia; donde sin ninguna obligación son aceptados, ya que son "gente de bien".

El nuevo Gobernador de Buenos Aires, Beresford, consciente de la necesidad de no irritar a la ciudad evitó cuidadosamente toda medida despótica, y durante ese mes y medio de dominación inglesa desplegó un tacto singular: ratificó las leyes españolas, confirmó a todos los funcionarios públicos, garantizó la protección de todas las personas y sus bienes, como también de la Iglesia católica. Permitió el comercio libre al abolir el monopolio de la corona española, también se bajaron los impuestos al comercio con extranjeros. Castigó severamente a los soldados ingleses que cometían delitos o abusos. Todo se cumplió estrictamente.

El 28, el día siguiente a la ocupación, la ciudad estaba como muerta; no se abrió ninguna tienda ni pulpería y el mercado de la plaza estaba desierto. El tiempo seguía nuboso, y a cada rato caía algún aguacero. Los ingleses comenzaron a hacer guardia en las esquinas de la Plaza, en los portales de la Recova, que cruzaba la actual plaza de Mayo, en el Cabildo, y en las calles, abatidas por la sudestada y el frío. Poca gente andaba por las calles, apenas los proveedores de agua y carne, que ya no cantaban. La gente no salía, principalmente por el miedo que tenían a los asaltos y saqueos del populacho excitado y de algunos soldados ingleses.

Días después, Beresford dictaría un bando incitando a los dueños de las tiendas a abrirlas, que no tuvieran prejuicio; e imponiendo penas severas al que no lo hiciese. También decía que él se encargaría de la seguridad total de la ciudad.

Causó escándalo e indignación entre los habitantes de Buenos Aires la actitud de algunos criollos hacia los ingleses, ya que muchos se acercaron al invasor ofreciendo su colaboración.

En los días siguientes comenzaron a deambular por las calles de la ciudad patrullas y rondas realizadas por los alcaldes de barrio, dos vecinos y dos soldados ingleses, destinadas a conservar el orden. Los ingleses harían ejercicios diarios en la plaza Mayor (actual Plaza de Mayo), y rondas nocturnas por la ciudad. Para confundir sobre su número, se ordenaban raciones dobles de alimentos y hacían correr la voz de que la mayor parte de la tropa permanecía a bordo de los barcos. También decían que Montevideo estaba en sus manos.

La resistencia

Ya el 29 de junio se comienza a trabajar por la liberación de Buenos Aires; se hace desde adentro. Los más serios y violentos son un grupo de catalanes a los que luego se les dirá la Junta catalana. Estos catalanes son los más perjudicados por el gobierno inglés, ya que estaban bien con el comercio monopolista, y no con el mercado abierto que impuso el Gobernador inglés. Comenzaron a observar a los ingleses, estudiando sus movimientos y los lugares de sus guardias.

La ciudad "estaría con los ingleses" le habría dicho Francisco Miranda a Popham; lo mismo le diría el espía Wayn, en El Cabo (Sudáfrica) y le había confirmado William White y O'Gormann. Nada más lejos de la verdad.

En Montevideo se comenzó a organizar la reconquista apenas se tuvieron noticias de la caída de la capital virreinal. Sólo algunos pocos estarían contentos con el cambio, principalmente los comerciantes, o mejor debería decir contrabandistas.

La vida tiene que seguir

Solamente tres días después de la toma de la ciudad comenzaron a abrirse los cafés y las tiendas, y volvía el movimiento en la ex-capital virreinal.

El 1° de julio se celebra una comida en la casa de Martín de Sarratea a la cual son invitados los jefes ingleses, y acuden Santiago de Liniers, y las bellas niñas porteñas. La noticia de esta cena escandalizó a la ciudad. Esta reunión se hizo para festejar que los ingleses habían devuelto los barcos particulares que tomaran por la fuerza.

Muchas familias invitaban a los oficiales ingleses a las tertulias; éstos participaban de la vida social porteña como si nada hubiera sucedido. Charlaban, bailaban y penetraban poco a poco en la sociedad. Las más distinguidas señoritas porteñas se paseaban con los gallardos oficiales británicos. Eran las hijas de Sarratea, Marcó del Pont, Escalada, etc.

Lentamente se dejó de lado la idea de piratas herejes que se tenía sobre los ingleses. Hasta se decía que tenían cola como los diablos. Algunos supersticiosos creían que la invasión inglesa estaba predestinada a triunfar: se decía que en el Perú, en un templo inca, se halló escrito el vaticinio de la venganza que obtendrían los incas a manos de una nación europea, que no sería otra que la inglesa.

El pueblo llano detestaba a esta gente que colaboraba con el invasor y los consideraba traidores; ellos no pactaban con el enemigo, así fue como luego de la reconquista muchos los quisieron ajusticiar.

"...parecía que teníamos en la ciudad algunos amigos ocultos, pues casi todas las tardes, después de oscurecer, uno o más ciudadanos criollos acudían a mi casa para hacer el ofrecimiento voluntario de su obediencia al gobierno británico [...] El número llego finalmente a cincuenta y ocho", dice el capitán ingles Gillespie al recordar aquellos tiempos.

Con plata, todo cambia

El día 2 de julio el invasor consiguió los caudales de la ciudad que estaban en Luján. Ante esto, Beresford concedió las condiciones de rendición. Las tropas vencidas quedaban licenciadas y debían jurar fidelidad al Rey de Inglaterra; también debían dar juramento de no tomar armas contra Gran Bretaña mientras durase la guerra. Eran prisioneros de guerra. No se forzaría a nadie luchar contra el Rey de España, y deberían entregarse todas las armas. Todo esto y más se declaraba en una hoja suelta, una parte en español y otra en inglés; la gente atacaba el texto en inglés, como si atacara a los mismos soldados.

Todos los miembros del poder eclesiástico y del poder civil deberían prestar juramento de fidelidad al Rey de Inglaterra, y a partir del 10 de julio lo tendrían que hacer los vecinos más importantes y principales de la ciudad; el pueblo lo podía hacer voluntariamente. Manuel Belgrano huyó de la ciudad hacia su campo en Uruguay, para evitar la jura de fidelidad, ya que él era secretario del Consulado; muchos siguieron su ejemplo.

Mientras los oficiales ingleses se reunían a charlar y divertirse en la Fonda de los Tres Reyes, los militares españoles tenían a la ciudad por cárcel; podían vivir en cualquier punto de la ciudad, también ir y venir a su antojo, siempre y cuando no salieran de los límites de Buenos Aires.

Luego vendrían días turbios. Los ingleses descubrieron un polvorín no entregado y escondido en San José de Flores. Se iniciaron averiguaciones, se tomaron declaraciones, y se promulgaron severas penas para los que escondieran armas.

También comenzaron las deserciones en la tropa inglesa. Los más propensos a desertar eran los irlandeses, que al ser católicos eran incitados por los españoles a dejar las filas británicas; también porque la mayoría era obligado a enrolarse en el ejército.

Beresford les ordenó a sus hombres que se mezclasen con la población, juzgando que esta mezcla haría ver a los españoles la superioridad de los ingleses. Pero al entablar contacto con los españoles los potenciales desertores eran seducidos por éstos últimos, y en todas las ocasiones los habitantes los auxiliaban y ocultaban en sus casas. Beresford, alarmado por la gran deserción que había en su tropa, emitió un severísimo bando, en el cual penaba de muerte a los que ayudaban a los desertores y a los desertores mismos.

Los primeros días Beresford y su oficialidad la pasaron muy bien. Él y Popham salían a caballo algunas tardes. Beresford tenían un corcel de carrera, uno de los primeros vistos por estas tierras. Había quienes barajaban la idea de asesinar o secuestrar al Gobernador inglés en una de estas salidas.

Insurrección

Casi todos querían sacarse de encima al gobierno inglés; mucha gente comenzó a organizar intentonas. Los catalanes, más arriba nombrados, al mando de Felipe de Sentenach, se reunieron una semana después de la invasión, para planear la reconquista. El catalán José Fornaguera, sería el primero en planificarla al día siguiente de la entrada de los ingleses. Su plan consistía en entrar una noche en el edificio del desaparecido teatro de la Ranchería con un grupo de conjurados y acuchillar a todos los ingleses, mientras otros grupos hacían lo mismo en los "puestos"; los de Beresford en la Fortaleza no tendrían más que rendirse. El comerciante español Martín de Álzaga se ofreció a financiar el plan. Pero Felipe Sentenach y Gerardo Esteve y Llach mejoraron el plan de Fornaguera. Su idea era minar el Fuerte (actual Casa Rosada) y el cuartel que los ingleses habían improvisado en la Ranchería. También acamparían en las inmediaciones de Buenos Aires con una fuerza de mil voluntarios cuya misión era invadir la ciudad luego de la voladura de los bastiones ingleses.

Se barajaron otros planes más improvisados e ingenuos, pero el primero predominó. Días más tarde se reunieron en la casa de Martín de Álzaga, donde debatieron como reclutar a la gente. Pasaban los días y los catalanes seguían con su empresa, sin que los ingleses se enterasen.

Había quienes querían sorprender a los ingleses y degollarlos. Éstos, liderados por Juan Trigo y Juan Vázquez Feijoo, fueron invitados a unirse con los catalanes, más que nada para que no se delatasen por tanta imprudencia.

Se reunía dinero y armas en casas particulares, en los almacenes y barracas.

Para poder cavar la mina debajo del cuartel de la Ranchería, los catalanes alquilaron una casa cercana donde ubicaron la boca del túnel. Se dice que el mismo Sentenach entró disfrazado en el cuartel de la Ranchería para estudiar la disposición y ubicación de los dormitorios de la tropa inglesa. Reclutaron voluntarios para cavar las minas, a quienes se les pagaba un sueldo como compensación.

Los voluntarios para el "ejército invisible" se reclutaban por un sistema de células: cada conjurado reunía a cinco, y cada uno de estos cinco a otros cinco. Se tomaban todas las precauciones posibles debido a que Beresford contaba con un muy buen sistema de delatores y espías.

Estos mismos catalanes se comunicaron con el Gobernador de Montevideo, Pascual Ruíz Huidobro, y éste les respondió el 18 de julio que ya había tomado las prevenciones necesarias para la reconquista de la ciudad y que disponía de mil hombres, doce lanchas cañoneras y cinco goletas. La tropa sería embarcada en Colonia y desembarcaría en Olivos, aunque luego cambiarán los planes y lo harán finalmente en el Tigre.

Algunos estaban conformes con el gobierno inglés. Como se dijo, se los consideraba "progresistas" que creían que Buenos Aires se convertiría en un emporio sin igual, como habría ocurrido si no hubiera sido por el gobierno español.

Los esclavos negros estaban contentos también, porque se había corrido la voz de que los ingleses los dejarían en libertad. Andaban sueltos y ociosos, hasta que Beresford publicó un bando en el cual decía: "Sepan los negros y mulatos esclavos, que no deben pretender en ninguna manera sacudir la subordinación a que su estado los liga, y vuelvan a su obediencia... y quédense sujetos a sus amos, bajo las más rigurosas penas."

En la noche del 21 de julio llegaron a San Isidro Juan Martín de Pueyrredón y otros. Llegaron con las órdenes del Gobernador de Montevideo de reclutar voluntarios de la campaña de Buenos Aires y estar listos para apoyar la expedición de auxilio que llegaría del Uruguay. Estableció su campamento en la villa de Luján, sin percatarse de sus acciones, que fueron conocidas por los ingleses a través de sus espías. Los ingleses, mientras tanto, como ya temían algo, habrían puesto centinelas en muchas esquinas de la ciudad. Además, para impresionar a los ciudadanos, intensificaron el trabajo constante al cual sometían a la tropa, las maniobras en la Plaza o en la ciudad; todo esto acompañado de grandes gritos al son de las gaitas.


Perdriel

Ya el 23 de julio los catalanes enviaron a todos los voluntarios a una chacra que habían alquilado en la zona de los Olivos, llamada Perdriel. El 29 recibieron un requerimiento del capitán de navío Santiago de Liniers, quien estaba al mando de las tropas de Montevideo, pidiendo reúnan fuerzas para su desembarco inminente, pues ya estaba en Colonia listo para cruzar el río.

Esto no les cayó nada bien a los catalanes, ya que frustraba sus sueños y esperanzas, y les arrebataba los laureles merecidos. Hoy todos saben quién reconquistó la ciudad, Santiago de Liniers, pero de los catalanes nadie se acuerda. El 2 de agosto le piden a Liniers que detenga su marcha en Colonia hasta que ellos estén listos para la acción: volar el Fuerte y el Cuartel.

Ese mismo día 2 de agosto, los ingleses atacan a Pueyrredón y a los voluntarios reclutados por los catalanes en Perdriel, dispersándolos a los cuatro vientos. Si bien lucharon con coraje y valentía, la mayoría de ellos estaban muy mal armados. Al mismo tiempo se conoció que el virrey Sobremonte, que estaba en Córdoba, se preparaba para marchar sobre Buenos Aires… un poco tarde.

El 6 de agosto Liniers desembarcó en el Tigre con más de mil hombres y artillería. Dos días antes, Beresford, manifestaba que había concluido el nefasto sistema del monopolio y que la población podría gozar, entonces, de los beneficios de las producciones de otros países. Pero los días en que Buenos Aires formaba parte del imperio británico llegaban a su fin.

Los catalanes no pudieron terminar sus trabajos de minado a tiempo. En la tarde del 12 de agosto de 1806 los ingleses, ahora acantonados en el Fuerte, se rendían ante las fuerzas de Liniers y la increíble cantidad de voluntarios que llenaron la Plaza pidiendo sus cabezas. Los ingleses se defendieron duramente en cada calle, en cada esquina; muchos cuerpos quedaron en las calles porteñas como saldo de la dura lucha.

Luego vendría la segunda Invasión Inglesa y la heroica defensa de la ciudad llevada a cabo por sus habitantes.

Para saber más

Beverina, Juan . Las invasiones inglesas al Río de la Plata [1806-1807]. t.1y t.2. Círculo Militar. Buenos Aires, 1939

Battolla, Octavio C. La sociedad de antaño. Emecé. 2000.

Capdevila, Arturo. Las Invasiones Inglesas. Espasa Calpe, 1951.

Gillespie, Alexander. Buenos Aires y el interior. Hyspamerica. Buenos Aires, 1986.

Roberts, Carlos. Las Invasiones inglesas al Río de la Plata (1806-1807) y la influencia inglesa en la independecia y organización de las provincias del Río de la Plata. Jacobo Peuser. Buenos Aires, 1938. (reedición actual: Roberts, Carlos. Las Invasiones inglesas. Emecé. Buenos Aires, 2000.)

Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo II. Oriente. Buenos Aires, 1974.

Salas, Alberto. Diario de Buenos Aires 1806-1807.

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