martes, junio 19, 2007

La primera Buenos Aires, 1536

Como vimos en otros capítulos, el Río de la Plata fue visitado por los españoles desde 1516, cuando lo descubre la expedición al mando de Juan Díaz de Solís. La más importante de todas las expediciones fue la de Sebastián Caboto. Este último, hipnotizado por la leyenda de la Sierra de la Plata y del Rey Blanco, había desviado su curso hacia las islas Molucas, en Asia, para adentrarse por el Plata en busca de grandes riquezas. Lo único que consiguió fue hambre y más leyendas. Solamente los mitos llegaron a España.

La corona española decidió poblar la zona para defenderla de las ambiciones de los portugueses; pero el principal motivo de enviar un adelantado con mil quinientos hombres y trece barcos no era otro que el de alcanzar la mítica Sierra de la Plata.

La partida


La expedición partió el 24 de agosto de 1535 desde Sanlúcar de Barrameda, al mando de don Pedro de Mendoza. Éste tenía el título de Adelantado y su labor consistía en fundar tres poblaciones y emprender la conquista de la mítica región del Rey Blanco. No sólo eso, también tenía que organizar un gobierno duradero.

En la expedición iban muchas mujeres, aparte de los soldados. Algunas de ellas fueron conocidas por sus nombres: Isabel de Guevara, autora de una carta en la cual cuenta la labor de las mujeres en la conquista; la Maldonada, de la cual se hablará más adelante; María Dávila, compañera y amante de don Pedro de Mendoza, quien lo acompañaría hasta el día de su muerte; y otras más.

La expedición se detuvo en las islas Canarias para aprovisionarse, y allí se les unieron tres naves más, provistas por el gobernador de Santa Marta, don Pedro Fernández de Lugo. Este último había sido un aspirante al título de Adelantado del Río de la Plata.

Don Pedro de Mendoza era un hombre viejo, con mucha experiencia militar. Pero estaba mortalmente enfermo de sífilis, una enfermedad que lo tuvo a maltraer durante todos los preparativos de la expedición, en el viaje y luego en el Río de la Plata. Este mal lo imposibilitó muchas veces para tomar decisiones, por lo cual la expedición careció de un buen líder desde el principio.

Mendoza se detuvo en Río de Janeiro, donde enjuició y mandó a asesinar al maestre de campo Juan de Osorio por presunta rebelión, la que luego se comprobó nunca había existido.

Mientras tanto el hermano del Adelantado, don Diego de Mendoza, siguió camino al Río de la Plata y desembarcó en las islas San Gabriel (frente a la actual Colonia, Uruguay). Allí se le reunió Pedro de Mendoza en enero de 1536. Construyeron unos barcos especiales para ríos bajos, y enviaron algunos bergantines con unos prácticos del río, veteranos de la expedición de Caboto, a fin de que eligieran el mejor lugar para levantar una población. El lugar elegido tenía grandes condiciones: un puerto cómodo, con un pequeño riachuelo que desembocaba en el gran Río de la Plata y una isla cubierta de sauces y juncos, que tapaba su desembocadura y lo protegía de los vientos. Allí, en ese riachuelo, se podrían cobijar varias embarcaciones.


Fundación

Mendoza trasladó a toda la gente hacia el punto elegido, y levantó una población en lo alto de una meseta bordeada por arroyos. Correspondía al llamado Alto de San Pedro, justo frente al lugar donde se guardaban los barcos, un canal que penetraba en el actual Riachuelo, este ultimo tenía en aquella época su desembocadura cubierta por la isla de los Pozos. El canal estaba escondido por un banco submarino que se extendía paralelo a la playa de la barranca, como continuación de la isla, y empezaba a hacerse visible en el punto llamado alto de San Pedro; sólo había una entrada a este canal, que estaba justo frente a la actual Retiro, o sea pasándose un poco al norte de donde estaría la ciudad. Había que embocar esta entrada al canal para poder entrar en el Riachuelo, si no los barcos se encallarían en el banco como le pasó más tarde a León Pancaldo, como ya veremos.

A muy poca distancia de la barranca comenzaba la llanura interminable y completamente plana, sin vegetación; a la vista la pampa resultaba infinita. Ni una colina, ni un árbol, todo liso.

A principios de febrero se fundó la ciudad que llamaron Nuestra Señora del Buen Aire. La fecha más aceptada es el 3 de febrero, pero no hay seguridad sobre ella: oficialmente se mantiene el 2 de febrero, aunque ni siquiera se sabe si hubo un acto de fundación. Lo más probable es que no haya existido dicho acto, ya que Mendoza estaba muy mal de su enfermedad en esa época. El lugar también es una incógnita, pero el más aceptado por los historiadores es el ya expuesto, que sería el final de la actual calle Humberto I. Donde comenzaba la parte visible del banco antes comentado.

Apenas fundada la ciudad, los españoles entraron en tratos con los indígenas, que se acercaron con curiosidad a ver qué pasaba. Éstos les procuraron alimentos: pescado y carne de venado. En la zona de la ciudad no había ni árboles frutales ni muchos animales. Había perdices, algunos avestruces o ñandúes, armadillos, gatos monteses y venados (para una descripción detallada de la región ver el capítulo “Historia del Riachuelo”). La pesca era imposible para los españoles ya que no habían traído anzuelos ni redes.

Mendoza ordenó enseguida que lo aprovisionasen de perdices para alimentarse él y sus capitanes amigos; los soldados las cazaban con ballestas para no gastar las balas de los arcabuces. Los líderes de la expedición siempre tuvieron alimento suficiente, incluso cuando los hombres y mujeres que tenían a su cuidado morían de hambre.


Levantar la ciudad

Por fin comenzaron los trabajos para levantar la ciudad. Hicieron chozas que tenían paredes de barro mezclado con paja, y los techos eran completamente de paja y cañas. Las ventanas, si es que tenían, de madera que obtenían de los algarrobos silvestres que había a orillas del Riachuelo. Levantaron también una casa grande y maciza que sería destinada al Adelantado Mendoza. Algunos cronistas dicen que tenía techo de tejas, las cuales se habría traído Mendoza desde España, así como gran cantidad de ropas finas, libros, exquisitas vajillas, manteles y muebles. Se rodeó a la nueva población con un terraplén de “tres pies” de ancho y “de la altura de un hombre parado”, que había que reparar cada día, ya que se desarmaba. También un foso que rodeaba al terraplén. Con el tiempo a la "muralla" se le agregó una empalizada hecha con troncos de árbol. La extensión del poblado era de aproximadamente una manzana.

Había también una fortaleza o casa de gobierno, que funcionaba como residencia de las autoridades, oficinas y prisión. En realidad era un barco encallado, que luego se deshizo para construir una iglesia y fue reemplazada por otra nave en las mismas condiciones, donde vivía en 1539 el teniente gobernador Ruiz Galán.

Mientras los soldados construían la ciudad, los indígenas dejaron de procurarles comida. Se cree que estos últimos eran los querandíes, que habitaban las zonas aledañas. Los cronistas no cuentan por qué dejaron de abastecerlos, pero lo más probable es que se hartasen de los malos tratos y prepotencia de los españoles, quienes exigían los alimentos con argumentos “legales”, leyes que los indígenas no conocían ni les interesaban.

Mendoza envió al alcalde Juan Pabón junto con dos soldados a pedir a los querandíes que siguiesen procurándoles alimentos. Este Pabón debió ser pavo además, porque no se hizo entender o realizó su demanda a la fuerza, ya que los querandíes lo molieron a palos a él y a sus dos compañeros; igualmente se las ingeniaron para volver a Buenos Aires. Desde ese momento los indígenas se volvieron hostiles hacia los españoles. Se habían dado cuenta de las intenciones de ellos y no los querían cerca. Les tendieron varias emboscadas lo que hacía muy peligroso el salir de la empalizada que rodeaba al pequeño poblado.

Otro peligro, no menor que el de los indígenas, lo presentaban las fieras, llamadas tigres por los españoles. Como sabrán no había tigres en la zona, pero sí gatos monteses. Muchos españoles murieron atacados por estos felinos. Cuenta un soldado llamado Bartolomé García, que éstos entraban en la ciudad y mataban a la gente sin problema. Otro cronista, Antonio Rodríguez, contó que los seis primeros hombres que se enviaron a recorrer la zona fueron atacados y despedazados por tigres.

Mendoza envió a unos expedicionarios en barco al mando de Gonzalo de Acosta a explorar la zona y ver si conseguía víveres que ya estaban escaseando. Acosta era práctico en estas regiones a las que había visitado con Caboto. Llegaron hasta el actual río Luján, donde fueron atacados por los guaraníes que vivían en la zona; enseguida volvieron al poblado. La noticia de los malos tratos de los españoles corrían como el viento, y los indígenas ya los recibían con desconfianza y casi siempre en pie de guerra.

Viendo truncadas sus salidas, Mendoza sólo acertó a mandar un galeón al Brasil en busca de alimentos. Éste salió el 3 de marzo, exactamente a un mes de la fundación del poblado, al mando de Gonzalo de Mendoza, con Gonzalo de Acosta. Luego Mendoza preparó siete navíos con doscientos hombres y los envió a explorar las islas del Delta del Paraná.. Esta incursión fue un fracaso total, apenas quedaron la mitad de los soldados; los otros murieron, ya sea por el hambre, las fieras, el ataque de los indígenas o las enfermedades. Volvieron a los dos meses.

A fines de mayo de 1536, Mendoza decidió probar suerte por la zona en que Caboto había fundado el fuerte Sancti Spiritus, que decían era muy fértil. Envió a Juan de Ayolas al mando de noventa hombres en tres bergantines. Muchos murieron de hambre en el camino. Pero finalmente llegaron a la zona y fundaron un fuerte llamado Corpus Christi el 15 de junio. También consiguieron la ayuda de los indígenas; gracias a ellos no murieron de hambre. Como siempre, los únicos que pasaban hambre eran los soldados, ya que a los capitanes nunca les faltaba ración suficiente de alimento.

Un expedicionario llamado Domingo Martínez, que era un simple estudiante, se las ingenió para fabricar anzuelos y así poder pescar. Con el tiempo, ese ingenioso hombre fabricaría peines, cuchillos y un sin fin de cosas para los pobladores de la futura Asunción.

El ataque

Entretanto, en Buenos Aires se organizaba una expedición de reprimenda contra los guaraníes del Luján. Y también les robarían todos los alimentos de que dispusiesen. Querían enseñarles quién mandaba; no hay que olvidar que los españoles estaban convencidos de que los “indios” debían servirlos, porque ése era su rol natural. El Rey mismo ordenó a Mendoza que armase encomiendas, o sea grupos de indios que trabajasen para los españoles. Éstos nunca debían trabajar la tierra, sino los indios encomendados.

La expedición salió al mando del hermano del Adelantado, don Diego, con trescientos hombres de a pie y unos treinta a caballo. Los españoles se encontraron con indígenas en las cercanías de una laguna, con quienes se trabaron en un fuerte combate. Según los cronistas, estos indígenas eran miles, aunque parece ser que no serían más de unos cientos. Se habían juntado los guaraníes de las islas y los querandíes. Como hoy se sabe, estos indígenas, aún juntos, no eran muchos. Los españoles salieron victoriosos; mataron a muchos de ellos y pusieron en fuga al resto. Pero la victoria fue muy cara. Muchos hombres importantes murieron ese día 15 de junio, el mismo día en que Ayolas fundaba Corpus Christi. Uno de los ellos fue don Diego, el hermano del Adelantado. Los indígenas los atacaron con boleadoras y lo más importante, no le tuvieron miedo a los caballos. Éstos habían sido utilizados como arma de terror en otras partes de América, ya que inspiraban mucho temor en los indígenas que no los conocían. Pero en este caso no se dio así, los caballos eran boleados como si nada, y sus jinetes acabados en el suelo, de un certero y duro golpe.

Lo único que consiguieron con esta desastrosa victoria fueron unas cuantas redes de pesca que llevaron de vuelta a Buenos Aires.

Mendoza, dolido por la muerte de su hermano y por su terrible enfermedad, cayó en un profundo estado depresivo que no le permitía tomar decisiones, lo que dejaba a la ciudad casi desamparada. Esta situación posibilitó que los indígenas se reagrupasen y se uniesen a otras tribus. De este modo cercaron la ciudad poco a poco, y la sitiaron por completo el día 24 de junio de 1536.

El hambre


Este asedio fue desastroso. Los españoles no podían salir del poblado sin ser flechados por los indígenas. La única defensa era un “muro” de tierra que lo rodeaba. Se hacían guardias con los arcabuces, y se montaron sobre el terraplén unas piezas de artillería traídas en los barcos para rechazar los ataques de los indígenas. Éstos no se acercaban a la ciudad más que para lanzar flechas con fuego en sus puntas, las cuales prendían muy fácilmente los techos de paja de las pobres chozas. Las mujeres fueron destinadas a apagar los incendios, curar los heridos, preparar las armas, y hasta hacían rondas de vigilancia, ya que los hombres estaban muy debilitados por el hambre. Los pobres soldados maldecían contra aquellos que les habían hablado de imperios dorados.

El hambre cundió rápidamente en la población, compuesta por unas cuatrocientas personas. No había forma de abastecerse de alimentos, ya que no se podía salir de la empalizada sin perder la vida. Los pocos alimentos que tenían, se repartían en raciones ínfimas: 6 onzas (172 gramos) de pan por día.

Mendoza estaba totalmente delirante por su enfermedad, veía alucinaciones y no paraba de quejarse. Por las noches sólo se escuchaban sus aterradores quejidos. Esto daba pie a que sus capitanes hicieran lo que querían. Castigaban a los soldados por cualquier cosa, sin tener en cuenta que estaban totalmente debilitados por el hambre, lo que no les ocurría a ellos. Muchos murieron de hambre, y de las enfermedades que éste desencadenó. Otros llegaron a comer cualquier cosa. No quedó en pie ni una rata, rana o culebra dentro del poblado. No hay que olvidar que estaban en invierno, y en esa época esta zona era muchos más fría de lo que es hoy, sin contar los vientos que azotaban al poblado .

Unos soldados sacrificaron a un caballo flaco para comerlo, a pesar de la prohibición, pero fueron descubiertos y ajusticiados. Sus cuerpos sin vida colgaron de la horca durante todo el día; en la noche unos vecinos cortaron sus piernas y se retiraron a comerlas en sus chozas. Otros escondían a sus compañeros de habitación muertos para comer su ración de alimento, o simplemente se comían los cadáveres. Llegaron a comer cuero mojado de las suelas de los zapatos. Los cronistas no escatiman detalles de ese horrible espectáculo: “Acaeció también –dice uno- comer unos la suciedad de otro que después de haber comido echaba…”. Cuentan el caso de un soldado llamado Diego González Baitos, que luego de comerse un cadáver, se dio cuenta de que era el de su hermano.

Mendoza, postrado en su cama, no sabía qué hacer ante una situación tan terrible. Como ya se dijo, a él y a su estado mayor nunca les faltaron provisiones suficientes, hasta tenían vino, y algunos manjares traídos de España.


Fin del asedio

El asedio terminó al fin, debido a que el hambre también había llegado a las filas indígenas. Mendoza pensó en regresar a España, ya que no tenía sentido seguir ahí si no podía casi pararse. Ya tenía listo el barco en el que se volvería, cuando llegó Ayolas de su expedición por el Delta, con las noticias de la fundación de Corpus Christi y con gran cantidad de provisiones.

Mendoza, alegre y dispuesto, decidió enviar una nave a la isla de los Lobos para traer alimentos. Pero ésta no regresaría, ya que su tripulación desertó y se fue con la nave a Pernambuco, una ciudad portuguesa en Brasil; allí la vendieron. Los pobres que no estuvieron de acuerdo con la deserción fueron abandonados a su suerte en la costa del Brasil, en un lugar llamado cabo Darbinas.

A fines de agosto, Mendoza partió con Ayolas hacia Corpus Christi. En este fuerte había aparecido de entre las selvas un español llamado Jerónimo Romero, un sobreviviente de la expedición de Caboto. Éste último recordemos que había fundado un fuerte en las cercanías, luego destruido. Romero tenía grandes noticias sobre la Sierra de la Plata y el imperio del Rey Blanco. Esto le dio nuevos aires a Mendoza, quien organizó una expedición en busca de la leyenda. Fundó otro fuerte poco más al norte de Corpus Christi, llamado Buena Esperanza. Desde allí envió a Juan de Ayolas a buscar la Sierra de la Plata, el 14 de octubre de 1536. Días después Mendoza regresó a Buenos Aires.


La ciudad se encamina

Mientras tanto a Buenos Aires habían llegado desde Brasil Gonzalo de Mendoza y Gonzalo de Acosta con las provisiones. Allá se había encontrado con algunos españoles, portugueses e italianos que estaban desde tiempos de Caboto, quien, como se ve, había abandonado gente por todos lados.

La ciudad estaba al mando de Francisco Ruiz Galán quien probaría ser un muy buen gobernante. En ausencia de Mendoza había hecho sembrar una huerta y construir tres iglesias; dos de ellas se incendiaron y a la otra la destruyó una crecida del río. Entonces Ruiz Galán mandó deshacer la nave Santa Catalina y con sus maderas construyó una iglesia, donde se decía misa todos los días; muchos eran los religiosos que había en la ciudad.

Don Pedro llegó en noviembre de 1536 a Buenos Aires. La ciudad estaba tranquila, sin ataques y mejor defendida. Estaba rodeada por un foso, una empalizada y un muro de tierra. En medio de la población había una plaza y frente a ella la iglesia parroquial y la casa de Mendoza. Como se dijo más arriba, ésta era muy lujosa, comparada con las chozas de los soldados, en torno de las cuales había un terrenito sembrado con hortalizas traídas de España.

Ante la ausencia de noticias de Ayolas, que había partido en busca de la Sierra de la Plata, Mendoza decidió preparar otra expedición que fuera en su búsqueda. Zarpó de Buenos Aires el 15 de enero de 1537 al mando de Juan de Salazar de Espinosa. Partió con unos sesenta hombres y tres bergantines. Paró brevemente en el fuerte Corpus Christi y, siguió viaje al norte.

En Buenos Aires, comenzaron a inquietarse por la ausencia de noticias de las dos expediciones. Mendoza, abatido por su enfermedad y por los constantes desastres, decidió volverse a España. Nombró Teniente de Gobernador y Capitán General a Juan de Ayolas y Teniente de Gobernador de Buenos Aires, Corpus Christi y Buena Esperanza a Francisco Ruiz Galán. Pasó todos sus derechos de herencia a Ayolas y dejó Buenos Aires el 22 de abril de 1537. Sólo dejaba unas cuatrocientas personas de las más de mil quinientos que habían salido de España; en Buenos Aire quedaban ochenta.

Mendoza murió en alta mar el 23 de junio de 1537. Para esa fecha se encontraban en el alto Paraguay Juan de Salazar de Espinosa y Domingo Martínez de Irala, segundo de Ayolas; este último había partido hacia el oeste en busca de la Sierra de la Plata y se ignoraba su paradero. Irala estaba esperando a Ayolas en el lugar del encuentro con Salazar. Luego de recorrer el río en busca de Ayolas, Salazar volvió a un punto que le había gustado, y levantó un fuerte el 15 de agosto de 1537, al que llamó Asunción, la actual capital del Paraguay. Era un lugar muy diferente a Buenos Aires: estaba lleno de vegetación, plantaciones, y lo habitaban indígenas pacíficos, los guaraníes. Éstos tenían diferentes cultivos y los compartían con los españoles. Salazar volvió luego a Buenos Aires donde contó todas sus peripecias.

Ruiz Galán resolvió visitar la nueva fundación en el Paraguay y se puso en viaje con cuatro bergantines. Pasó por Corpus Christi el 28 de diciembre de 1537 y siguió viaje hacia Asunción con dos bergantines más que se le habían unido. Llegó a Asunción en febrero de 1538, y unos kilómetros más al norte se encontró con Irala. Éste tenía un poder de Ayolas que lo nombraba su sucesor, y como Ayolas estaba desaparecido y era el heredero de Mendoza, comenzó una disputa con Ruiz Galán para ver a quién correspondía el mando general. Esta disputa y la ambición de Irala (un simple capitán hasta ese momento) traerían muchos males a la empresa, y más aún a Buenos Aires.

Mientras, el pobre Ayolas volvía de su expedición a la Sierra de la Plata, que esta vez había descubierto las sierras de Potosí. Venía cargado de riquezas, pero cuando llegó al punto de encuentro, Irala no lo estaba esperando y se quedó solo con sus hombres, rodeado de indígenas hostiles. Abandonado y olvidado, lo mataron a él y a todos sus compañeros. Irala estaba con sus ambiciones discutiendo con Ruiz Galán. No se enterarían sino hasta mucho más tarde del trágico fin de Ayolas. Ruiz Galán viendo que no podía hacer nada, volvió a Buenos Aires en mayo de 1538. En el viaje había desembarcado en Corpus Christi, donde construyó una iglesia y castigó y mató a muchos indígenas, algo que iba a pesar sobre el futuro del fuerte.


Comienzo del fin

A Buenos Aires habían llegado dos naves: una de un comerciante genovés llamado León Pancaldo (del cual hablaremos en otro capítulo) y otra al mando de Antón López de Aguiar. Las dos llegaron juntas en abril de 1538. Pancaldo se dirigía originalmente al Perú a vender sus mercancías, pero por diferentes problemas tuvo que entrar en el Río de la Plata, donde se encontró con López de Aguiar. Éste lo guió hasta Buenos Aires.

La nave de Pancaldo se quedó varada en el banco que tapaba la entrada al Riachuelo y Pancaldo la dejó perder, ya que estaba muy maltratada. Pudo desembarcar sus mercancías para venderlas en Buenos Aires, pero como se sabe nadie tenía plata para pagar; entonces se le pagó con pagarés y así Pancaldo se convirtió en el salvador de la ciudad, que estaba muy necesitada de provisiones no tanto alimenticias como de ropa. Pancaldo trajo de todo: telas, ropas, peines, peines para barba, comida, especias, joyas, herramientas, etc. Incluso hasta sus propias provisiones tuvo que vender a la fuerza.

López de Aguiar había venido al Plata enviado por el apoderado de Mendoza, Martín de Orduña, para traer refuerzos y provisiones a las fuerzas de Buenos Aires. Pero lo hizo un poco tarde, a tres años de la partida de la expedición. Con él vinieron doscientos nuevos soldados.

Mientras, la ciudad prosperaba. Se abrían cada vez más tierras de siembra; con estos cultivos se sostendrían holgadamente en los próximos años. Según cuentan algunos cronistas, el mismo Ruiz Galán “…hizo muchas rozas y sembró maíz, en los cuales él por su persona propia trabajó mucho, cavando con el arado en las manos, juntamente con los soldados…”.

En junio de 1538, Ruiz Galán despachó a Gonzalo de Mendoza en busca de alimentos a la costa del Brasil. Llegó a Santa Catalina, donde se encontró con una nave española que venía al Plata y traía al veedor del Rey, Alonso Cabrera. Éste estaba medio loco y lo demostraría más tarde en Buenos Aires; esa misma locura terminaría con su vida años después en España.

Tras varias peripecias y un naufragio, llegaron ambos a Buenos Aires en noviembre de 1538. Apenas llegado, Cabrera se enemistó con casi todos, y logró enemistar a todos entre sí; pero con el que más se irritó fue con el gobernador de Buenos Aires, Ruiz Galán, quien no quería acatar sus órdenes.

Cabrera venía para decidir quién iba a ser el reemplazo de Mendoza y determinó que el gobierno le correspondía a Ayolas, quien aunque nadie lo sabia, estaba muerto . Cabrera luego se pondría del lado de Irala, a quien apoyaría como gobernador general, y en contra de Ruiz Galán. Esta pelea ocasionaría el fin de la ciudad. Para anular a Ruiz Galán, Cabrera llegaría a promover la destrucción y abandono de Buenos Aires, único lugar donde éste tenía poder. Estas disputas se dieron a lo largo de toda América, entre los conquistadores que se hallaban tan lejos del rey, que se creían con poder de decidir todo, y así fue que se sucedieron por toda la América española guerras civiles entre los conquistadores.

En febrero se abandonó el fuerte de Corpus Christi debido a un ataque masivo de los indígenas, molestos por los malos tratos de los españoles. Ruiz Galán había enviado justo a tiempo unos barcos a rescatar a los españoles.

En mayo de 1539 Alonso Cabrera y Ruiz Galán partieron junto con doscientos hombres, hacia Asunción en siete bergantines. Llegaron en junio. Al poco tiempo Cabrera consiguió poner a Irala de su lado y lo nombró sucesor de Ayolas. Apenas allí se acordaron de Ayolas. Irala realizó unas excursiones en su busca. Entonces se enteró por los indígenas de la zona lo que le había sucedido a Ayolas.


La destrucción

En ese momento, con el campo libre, Irala, incitado por Alonso Cabrera, envió a Juan de Ortega con dos bergantines a despoblar Buenos Aires el 28 de junio de 1540.

Ortega hizo todo lo posible, pero los pobladores no querían saber nada de irse y abandonar su ciudad y sus tierras. Irala, viendo que Ortega no volvía, se encaminó a terminar él el asunto Partió en enero de 1541. Llegaron en abril a Buenos Aires, y comprobaron que nadie quería partir. Buenos Aires, entonces estaba muy bien encaminada; bien fortificada; con muchas plantaciones de maíz y demás cultivos; y las casas, ya bien construidas, de madera; también tenían gallinas, chanchos y otros animales domésticos.

Pero Irala y Cabrera estaban muy enemistados con Ruiz Galán, quien tenía como único dominio a Buenos Aires; si la destruían también acababan con su poder.

El 16 de abril Irala aceptó un requerimiento que le hizo Cabrera por el cual se debía despoblar la ciudad. Lo pregonaron desde los cuatro ángulos de la plaza pública a todos los pobladores, en él decía que tenían que estar listos para abandonar la ciudad el 10 de mayo. A pesar de todas las protestas de los pobladores, Irala no se echó atrás. La justificación que daban para el despoblamiento era que sólo había unos cuatrocientos cincuenta hombres en total entre Asunción y Buenos Aires, y como en la primera tenían indígenas para hacerlos trabajar, decidían juntar a todos en el Paraguay. Años más tarde, todos los responsables de la destrucción de Buenos Aires serían enjuiciados por el nuevo adelantado Alvar Nuñez Cabeza de Vaca.

Irala aplazó la despoblación por unas noticias que habían llegado de que en el Brasil había una flota española, la de Cabeza de Vaca. Pero como pasaban los días y la flota no venía, terminaron el trabajo. Esparcieron algunos animales por los alrededores para que se reprodujesen, y quemaron todo: los cultivos, la iglesia, las casas de madera, la estacada de la ciudad, una nave encallada que servía de fortaleza, todo ardió... y de la primera Buenos Aires no quedaron más que cenizas.

El conquistador Antonio Thomás, nacido en Portugal, fue el único de los pobladores de Buenos Aires que pudo ver y asistir a la repoblación de la ciudad, que realizó Juan de Garay en 1580. Fue en calidad de guía. Dice un cronista “…que dicho capitán Antonio Thomás fue con su persona armas y a su costa y mincion a poblar la ciudad de la Trinidad y el puerto de Buenos Ayres como persona baqueana y que era imposible poderla poblar si el dicho capitán no fuera tan baqueano y saber la tierra por haber estado en ella con el dicho gobernador don Pedro de Mendoza”.

Para saber más

Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 1980.

Gandía, Enrique de. Crónica del magnífico adelantado don Pedro de Mendoza. Buenos Aires, 1936.

Gandía, Enrique de. Historia de Alonso Cabrera y de la destrucción de Buenos Aires en 1541. Librería Cervantes. Buenos Aires, 1936.

Guzmán, Ruy Diaz de. La Argentina. Emecé, Buenos Aires, 1998.

Lafuente Machain, Ricardo de. Don pedro de Mendoza y el puerto de Buenos Aires. Buenos Aires, 1535.

Lozano, P. Pedro. Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán. Buenos Aires, 1873.

Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.

Schmidl, Ulrico. Viaje al Río de la Plata. Emecé. Buenos Aires, 1997.

Torre Revello, José. La fundación y despoblación de Buenos Aires, 1536-1541. Buenos Aires. 1937.

Villanueva, Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984.

Zabala, Rómulo y Gandía, Enrique. Historia de la ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, 1937.

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