lunes, junio 12, 2006

Gobierno inglés sobre Buenos Aires en 1806

Los ingleses no podían haber estado más equivocados cuando pensaron que la conquista de Buenos Aires iba a resultar fácil y segura. El comodoro Home Riggs Popham estaba convencido de que la llegada de las fuerzas inglesas sería celebrada por los habitantes de Buenos Aires, oprimidos por el poder español, y los partidarios del libre comercio. La realidad no fue tan simple para los invasores.

El 14 de abril de 1806 zarpó de la ciudad de El Cabo la expedición al mando del comodoro Popham, transportando un ejército dirigido por el general William Carr Beresford, que sería nombrado Gobernador al llegar al Plata, para excluir la posibilidad de que Popham con sus ideas liberales quisiera independizar la ciudad.

El 25 de junio las naves inglesas aparecieron frente a Buenos Aires, y entre las once y las doce del mediodía comenzaron a desembarcar sus efectivos en las playas de Quilmes con toda tranquilidad y sin la menor oposición. Esto ocurría a la vista de todos los testigos que miraban desde la fortaleza, la alameda y desde algunos techos.

Un oficial inglés de esa tropa escribiría años más tarde: "Nuestro ejército efectivo, destinado a conquistar una ciudad de más de cuarenta mil habitantes, con un inmenso cuerpo para disputarnos la entrada en ella, se componía solamente de setenta oficiales de toda graduación, setenta y dos sargentos, veinte tambores y mil cuatrocientos sesenta y seis soldados". Mientras las chalupas iban y venían desembarcando ingleses, las embarcaciones de guerra porteñas permanecieron ancladas sin recibir orden alguna.

La ocupación

La ciudad cayó en dos días sin mucha pelea. El pueblo le echaba la culpa a la ineficacia y cobardía del virrey marqués de Sobremonte, que se mantuvo inactivo y ordenó a las fuerzas y voluntarios porteños que hicieran lo mismo, hasta que, en fuga, el Virrey ordena al brigadier José Ignacio de la Quintana iniciar las tratativas de capitulación.

A la tres de la tarde del 27 de junio de 1806, bajo la lluvia y el frío, desfilaron los soldados ingleses por las calles de la capital virreinal, estirando la fila para parecer más. "Los balcones de las casas estaban alineados con el bello sexo, que daba la bienvenida con sonrisas y no parecía de ninguna manera disgustado con el cambio", comenta nuestro cronista inglés.

"Yo he visto en la plaza llorar a muchos hombres por la infamia con que se les entrega, y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de1806 vi entrar mil quinientos sesenta hombres ingleses, que apoderándose de mi patria se alojaron en el fuerte y demás cuarteles de esta ciudad." Así opinaba Mariano Moreno, prócer de la Revolución de Mayo.

La bandera británica estaba en lo alto de la Fortaleza de San Juan de Austria, vivienda de los virreyes, si bien no podía flamear por la lluvia, que la mojaba y estrujaba contra el asta. Allí se alojaría Beresford con cuatrocientos hombres de la tropa, los demás irían treinta en cada uno de los "puestos" de piquetes, en el Cabildo, el Retiro y el Bajo; el resto en el viejo teatro de la Ranchería, improvisado cuartel. Los oficiales lo harían en casas de familia; donde sin ninguna obligación son aceptados, ya que son "gente de bien".

El nuevo Gobernador de Buenos Aires, Beresford, consciente de la necesidad de no irritar a la ciudad evitó cuidadosamente toda medida despótica, y durante ese mes y medio de dominación inglesa desplegó un tacto singular: ratificó las leyes españolas, confirmó a todos los funcionarios públicos, garantizó la protección de todas las personas y sus bienes, como también de la Iglesia católica. Permitió el comercio libre al abolir el monopolio de la corona española, también se bajaron los impuestos al comercio con extranjeros. Castigó severamente a los soldados ingleses que cometían delitos o abusos. Todo se cumplió estrictamente.

El 28, el día siguiente a la ocupación, la ciudad estaba como muerta; no se abrió ninguna tienda ni pulpería y el mercado de la plaza estaba desierto. El tiempo seguía nuboso, y a cada rato caía algún aguacero. Los ingleses comenzaron a hacer guardia en las esquinas de la Plaza, en los portales de la Recova, que cruzaba la actual plaza de Mayo, en el Cabildo, y en las calles, abatidas por la sudestada y el frío. Poca gente andaba por las calles, apenas los proveedores de agua y carne, que ya no cantaban. La gente no salía, principalmente por el miedo que tenían a los asaltos y saqueos del populacho excitado y de algunos soldados ingleses.

Días después, Beresford dictaría un bando incitando a los dueños de las tiendas a abrirlas, que no tuvieran prejuicio; e imponiendo penas severas al que no lo hiciese. También decía que él se encargaría de la seguridad total de la ciudad.

Causó escándalo e indignación entre los habitantes de Buenos Aires la actitud de algunos criollos hacia los ingleses, ya que muchos se acercaron al invasor ofreciendo su colaboración.

En los días siguientes comenzaron a deambular por las calles de la ciudad patrullas y rondas realizadas por los alcaldes de barrio, dos vecinos y dos soldados ingleses, destinadas a conservar el orden. Los ingleses harían ejercicios diarios en la plaza Mayor (actual Plaza de Mayo), y rondas nocturnas por la ciudad. Para confundir sobre su número, se ordenaban raciones dobles de alimentos y hacían correr la voz de que la mayor parte de la tropa permanecía a bordo de los barcos. También decían que Montevideo estaba en sus manos.

La resistencia

Ya el 29 de junio se comienza a trabajar por la liberación de Buenos Aires; se hace desde adentro. Los más serios y violentos son un grupo de catalanes a los que luego se les dirá la Junta catalana. Estos catalanes son los más perjudicados por el gobierno inglés, ya que estaban bien con el comercio monopolista, y no con el mercado abierto que impuso el Gobernador inglés. Comenzaron a observar a los ingleses, estudiando sus movimientos y los lugares de sus guardias.

La ciudad "estaría con los ingleses" le habría dicho Francisco Miranda a Popham; lo mismo le diría el espía Wayn, en El Cabo (Sudáfrica) y le había confirmado William White y O'Gormann. Nada más lejos de la verdad.

En Montevideo se comenzó a organizar la reconquista apenas se tuvieron noticias de la caída de la capital virreinal. Sólo algunos pocos estarían contentos con el cambio, principalmente los comerciantes, o mejor debería decir contrabandistas.

La vida tiene que seguir

Solamente tres días después de la toma de la ciudad comenzaron a abrirse los cafés y las tiendas, y volvía el movimiento en la ex-capital virreinal.

El 1° de julio se celebra una comida en la casa de Martín de Sarratea a la cual son invitados los jefes ingleses, y acuden Santiago de Liniers, y las bellas niñas porteñas. La noticia de esta cena escandalizó a la ciudad. Esta reunión se hizo para festejar que los ingleses habían devuelto los barcos particulares que tomaran por la fuerza.

Muchas familias invitaban a los oficiales ingleses a las tertulias; éstos participaban de la vida social porteña como si nada hubiera sucedido. Charlaban, bailaban y penetraban poco a poco en la sociedad. Las más distinguidas señoritas porteñas se paseaban con los gallardos oficiales británicos. Eran las hijas de Sarratea, Marcó del Pont, Escalada, etc.

Lentamente se dejó de lado la idea de piratas herejes que se tenía sobre los ingleses. Hasta se decía que tenían cola como los diablos. Algunos supersticiosos creían que la invasión inglesa estaba predestinada a triunfar: se decía que en el Perú, en un templo inca, se halló escrito el vaticinio de la venganza que obtendrían los incas a manos de una nación europea, que no sería otra que la inglesa.

El pueblo llano detestaba a esta gente que colaboraba con el invasor y los consideraba traidores; ellos no pactaban con el enemigo, así fue como luego de la reconquista muchos los quisieron ajusticiar.

"...parecía que teníamos en la ciudad algunos amigos ocultos, pues casi todas las tardes, después de oscurecer, uno o más ciudadanos criollos acudían a mi casa para hacer el ofrecimiento voluntario de su obediencia al gobierno británico [...] El número llego finalmente a cincuenta y ocho", dice el capitán ingles Gillespie al recordar aquellos tiempos.

Con plata, todo cambia

El día 2 de julio el invasor consiguió los caudales de la ciudad que estaban en Luján. Ante esto, Beresford concedió las condiciones de rendición. Las tropas vencidas quedaban licenciadas y debían jurar fidelidad al Rey de Inglaterra; también debían dar juramento de no tomar armas contra Gran Bretaña mientras durase la guerra. Eran prisioneros de guerra. No se forzaría a nadie luchar contra el Rey de España, y deberían entregarse todas las armas. Todo esto y más se declaraba en una hoja suelta, una parte en español y otra en inglés; la gente atacaba el texto en inglés, como si atacara a los mismos soldados.

Todos los miembros del poder eclesiástico y del poder civil deberían prestar juramento de fidelidad al Rey de Inglaterra, y a partir del 10 de julio lo tendrían que hacer los vecinos más importantes y principales de la ciudad; el pueblo lo podía hacer voluntariamente. Manuel Belgrano huyó de la ciudad hacia su campo en Uruguay, para evitar la jura de fidelidad, ya que él era secretario del Consulado; muchos siguieron su ejemplo.

Mientras los oficiales ingleses se reunían a charlar y divertirse en la Fonda de los Tres Reyes, los militares españoles tenían a la ciudad por cárcel; podían vivir en cualquier punto de la ciudad, también ir y venir a su antojo, siempre y cuando no salieran de los límites de Buenos Aires.

Luego vendrían días turbios. Los ingleses descubrieron un polvorín no entregado y escondido en San José de Flores. Se iniciaron averiguaciones, se tomaron declaraciones, y se promulgaron severas penas para los que escondieran armas.

También comenzaron las deserciones en la tropa inglesa. Los más propensos a desertar eran los irlandeses, que al ser católicos eran incitados por los españoles a dejar las filas británicas; también porque la mayoría era obligado a enrolarse en el ejército.

Beresford les ordenó a sus hombres que se mezclasen con la población, juzgando que esta mezcla haría ver a los españoles la superioridad de los ingleses. Pero al entablar contacto con los españoles los potenciales desertores eran seducidos por éstos últimos, y en todas las ocasiones los habitantes los auxiliaban y ocultaban en sus casas. Beresford, alarmado por la gran deserción que había en su tropa, emitió un severísimo bando, en el cual penaba de muerte a los que ayudaban a los desertores y a los desertores mismos.

Los primeros días Beresford y su oficialidad la pasaron muy bien. Él y Popham salían a caballo algunas tardes. Beresford tenían un corcel de carrera, uno de los primeros vistos por estas tierras. Había quienes barajaban la idea de asesinar o secuestrar al Gobernador inglés en una de estas salidas.

Insurrección

Casi todos querían sacarse de encima al gobierno inglés; mucha gente comenzó a organizar intentonas. Los catalanes, más arriba nombrados, al mando de Felipe de Sentenach, se reunieron una semana después de la invasión, para planear la reconquista. El catalán José Fornaguera, sería el primero en planificarla al día siguiente de la entrada de los ingleses. Su plan consistía en entrar una noche en el edificio del desaparecido teatro de la Ranchería con un grupo de conjurados y acuchillar a todos los ingleses, mientras otros grupos hacían lo mismo en los "puestos"; los de Beresford en la Fortaleza no tendrían más que rendirse. El comerciante español Martín de Álzaga se ofreció a financiar el plan. Pero Felipe Sentenach y Gerardo Esteve y Llach mejoraron el plan de Fornaguera. Su idea era minar el Fuerte (actual Casa Rosada) y el cuartel que los ingleses habían improvisado en la Ranchería. También acamparían en las inmediaciones de Buenos Aires con una fuerza de mil voluntarios cuya misión era invadir la ciudad luego de la voladura de los bastiones ingleses.

Se barajaron otros planes más improvisados e ingenuos, pero el primero predominó. Días más tarde se reunieron en la casa de Martín de Álzaga, donde debatieron como reclutar a la gente. Pasaban los días y los catalanes seguían con su empresa, sin que los ingleses se enterasen.

Había quienes querían sorprender a los ingleses y degollarlos. Éstos, liderados por Juan Trigo y Juan Vázquez Feijoo, fueron invitados a unirse con los catalanes, más que nada para que no se delatasen por tanta imprudencia.

Se reunía dinero y armas en casas particulares, en los almacenes y barracas.

Para poder cavar la mina debajo del cuartel de la Ranchería, los catalanes alquilaron una casa cercana donde ubicaron la boca del túnel. Se dice que el mismo Sentenach entró disfrazado en el cuartel de la Ranchería para estudiar la disposición y ubicación de los dormitorios de la tropa inglesa. Reclutaron voluntarios para cavar las minas, a quienes se les pagaba un sueldo como compensación.

Los voluntarios para el "ejército invisible" se reclutaban por un sistema de células: cada conjurado reunía a cinco, y cada uno de estos cinco a otros cinco. Se tomaban todas las precauciones posibles debido a que Beresford contaba con un muy buen sistema de delatores y espías.

Estos mismos catalanes se comunicaron con el Gobernador de Montevideo, Pascual Ruíz Huidobro, y éste les respondió el 18 de julio que ya había tomado las prevenciones necesarias para la reconquista de la ciudad y que disponía de mil hombres, doce lanchas cañoneras y cinco goletas. La tropa sería embarcada en Colonia y desembarcaría en Olivos, aunque luego cambiarán los planes y lo harán finalmente en el Tigre.

Algunos estaban conformes con el gobierno inglés. Como se dijo, se los consideraba "progresistas" que creían que Buenos Aires se convertiría en un emporio sin igual, como habría ocurrido si no hubiera sido por el gobierno español.

Los esclavos negros estaban contentos también, porque se había corrido la voz de que los ingleses los dejarían en libertad. Andaban sueltos y ociosos, hasta que Beresford publicó un bando en el cual decía: "Sepan los negros y mulatos esclavos, que no deben pretender en ninguna manera sacudir la subordinación a que su estado los liga, y vuelvan a su obediencia... y quédense sujetos a sus amos, bajo las más rigurosas penas."

En la noche del 21 de julio llegaron a San Isidro Juan Martín de Pueyrredón y otros. Llegaron con las órdenes del Gobernador de Montevideo de reclutar voluntarios de la campaña de Buenos Aires y estar listos para apoyar la expedición de auxilio que llegaría del Uruguay. Estableció su campamento en la villa de Luján, sin percatarse de sus acciones, que fueron conocidas por los ingleses a través de sus espías. Los ingleses, mientras tanto, como ya temían algo, habrían puesto centinelas en muchas esquinas de la ciudad. Además, para impresionar a los ciudadanos, intensificaron el trabajo constante al cual sometían a la tropa, las maniobras en la Plaza o en la ciudad; todo esto acompañado de grandes gritos al son de las gaitas.


Perdriel

Ya el 23 de julio los catalanes enviaron a todos los voluntarios a una chacra que habían alquilado en la zona de los Olivos, llamada Perdriel. El 29 recibieron un requerimiento del capitán de navío Santiago de Liniers, quien estaba al mando de las tropas de Montevideo, pidiendo reúnan fuerzas para su desembarco inminente, pues ya estaba en Colonia listo para cruzar el río.

Esto no les cayó nada bien a los catalanes, ya que frustraba sus sueños y esperanzas, y les arrebataba los laureles merecidos. Hoy todos saben quién reconquistó la ciudad, Santiago de Liniers, pero de los catalanes nadie se acuerda. El 2 de agosto le piden a Liniers que detenga su marcha en Colonia hasta que ellos estén listos para la acción: volar el Fuerte y el Cuartel.

Ese mismo día 2 de agosto, los ingleses atacan a Pueyrredón y a los voluntarios reclutados por los catalanes en Perdriel, dispersándolos a los cuatro vientos. Si bien lucharon con coraje y valentía, la mayoría de ellos estaban muy mal armados. Al mismo tiempo se conoció que el virrey Sobremonte, que estaba en Córdoba, se preparaba para marchar sobre Buenos Aires… un poco tarde.

El 6 de agosto Liniers desembarcó en el Tigre con más de mil hombres y artillería. Dos días antes, Beresford, manifestaba que había concluido el nefasto sistema del monopolio y que la población podría gozar, entonces, de los beneficios de las producciones de otros países. Pero los días en que Buenos Aires formaba parte del imperio británico llegaban a su fin.

Los catalanes no pudieron terminar sus trabajos de minado a tiempo. En la tarde del 12 de agosto de 1806 los ingleses, ahora acantonados en el Fuerte, se rendían ante las fuerzas de Liniers y la increíble cantidad de voluntarios que llenaron la Plaza pidiendo sus cabezas. Los ingleses se defendieron duramente en cada calle, en cada esquina; muchos cuerpos quedaron en las calles porteñas como saldo de la dura lucha.

Luego vendría la segunda Invasión Inglesa y la heroica defensa de la ciudad llevada a cabo por sus habitantes.

Para saber más

Beverina, Juan . Las invasiones inglesas al Río de la Plata [1806-1807]. t.1y t.2. Círculo Militar. Buenos Aires, 1939

Battolla, Octavio C. La sociedad de antaño. Emecé. 2000.

Capdevila, Arturo. Las Invasiones Inglesas. Espasa Calpe, 1951.

Gillespie, Alexander. Buenos Aires y el interior. Hyspamerica. Buenos Aires, 1986.

Roberts, Carlos. Las Invasiones inglesas al Río de la Plata (1806-1807) y la influencia inglesa en la independecia y organización de las provincias del Río de la Plata. Jacobo Peuser. Buenos Aires, 1938. (reedición actual: Roberts, Carlos. Las Invasiones inglesas. Emecé. Buenos Aires, 2000.)

Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo II. Oriente. Buenos Aires, 1974.

Salas, Alberto. Diario de Buenos Aires 1806-1807.

miércoles, mayo 17, 2006

Cuando se comieron a Solís

En los comienzos de la conquista y descubrimiento de los actuales territorios de la Argentina y Uruguay, los españoles sufrieron una gran pérdida, bastante sangrienta. La muerte del piloto mayor de España, Juan Díaz de Solís, a mano de los indígenas.

En 1513 se revela la existencia de un mar situado más allá de las tierras descubiertas por Colón, llamado luego océano Pacífico. Esto auguraba la posibilidad de llegar a la India a través de algún paso. En busca de dicho paso partió desde Sevilla, Juan Díaz de Solís.

El 8 de octubre de 1515 salieron de Sanlúcar de Barrameda tres carabelas tripuladas por sesenta hombres. Tras una breve escala en la isla de Tenerife, Solís rumbeó hacia la costa del Brasil con su pequeña armada. Llegaron a la altura del cabo San Roque. Luego continuó hacia el sur, siguiendo la costa brasileña. En los primeros días de febrero de 1516, vieron que la costa doblaba hacia el oeste dando lugar a un inmenso estuario de unas aguas que cambiaban de un color azul verdoso a un rubio barroso. El Piloto Mayor ordenó probar ese líquido cuyo sabor resultó suave y azucarado. Como la extensión de aquella dulzura era enorme, le dieron el nombre de Mar Dulce. Más tarde cambiado por Río de Solís, y finalmente se impondría el actual y mítico nombre de Río de la Plata.

La exploración

Solís decidió explorar el inmenso estuario. Con una de las carabelas comenzó a costear la actual orilla uruguaya a lo largo de ciento cincuenta kilómetros, y llegó a una isla a la cual llamó Martín García, en honor al despensero de la expedición, que fue enterrado allí.

Ven sobre la costa “muchas casas de indios y gente, que con mucha atención estaba mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían poniéndolo en el suelo; quiso en todo caso ver qué gente era ésta y tomar algún hombre para traer a Castilla”. Seducido por estas demostraciones de amistad, o quizá esperando conseguir víveres frescos y hacer algún comercio, Solís se embarca en un pequeño bote hacia la costa con el contador Alarcón, el factor Marquina y seis marineros más. Sabían que más al norte, en la costa atlántica, los indios eran bondadosos y ofrecían a los navegantes, frutas y otros géneros.

Una vez en tierra, en la margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un poco alejándose de la orilla. Los nativos estaban emboscados, esperándolos, y como una avalancha cayeron sobre ellos con boleadoras y macana, y los apalearon y despedazaron hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete Francisco del Puerto, que se salvó y quedó cautivo con los indígenas.

La generalidad de los cronistas y otros testimonios de la época añaden que los indígenas descuartizaron los cadáveres a la vista de los que habían quedado en la carabela, y comieron los trozos de los españoles. No faltan modernos historiadores que niegan el hecho, considerándolo falso y como una de las muchas leyendas infundadas que hay en la conquista de América. Pero J. T. Medina logró probar, hace ya muchos años, que en efecto los indios mataron y comieron a los desdichados españoles, utilizando los testimonios de Diego García, y de muchos más, entre ellos los relatos del sobreviviente Francisco del Puerto.

No fueron los charrúas

No se sabe si los indígenas que dieron muerte a Solís y a sus hombres, fueron guaraníes de las islas del delta o los charrúas de la costa uruguaya.

La hipótesis de que los asesinos del descubridor del Plata fueron los charrúas del Uruguay ha quedado fuera del tintero, ya que no habitaban la zona en la cual desembarcó Solís. Los charrúas eran indígenas cazadores y recolectores nómadas, que vivían en las costas del Río de la Plata y del río Uruguay, también practicaban la pesca para lo cual contaban con grandes canoas.

Quedarían los guaraníes, pero los detalles de la muerte de Juan Díaz de Solís, de la manera en que fueron referidos, muestran un canibalismo diferente del practicado por los guaraníes, ya que están ausentes los elementos simbólicos que lo caracterizaban, lo mismo que su ceremonial preparatorio y su forma de ejecución.

Esto indicaría que los autores habrían sido indígenas guaranizados, que asimilaron nada más que algunos rasgos culturales sin aprender la significación global de una institución como el canibalismo de los guaraníes, que se distinguía precisamente por la forma estudiada en que se cumplían las sucesivas etapas conducentes a sacrificar y comer a un prisionero de guerra.

Siempre se aplicaban con el sentido de absorber las virtudes del inmolado, que generalmente era un guerrero hecho prisionero en combate. Todo ese ceremonial no tenía comparación con la manera repentina y precipitada en que, según las fuentes, procedieron los indígenas a matar y devorar en el sitio mismo a los extraños que acababan de desembarcar. Tampoco hay ningún relato de otro acontecimiento similar que hubiera ocurrido en alguna parte del Río de la Plata, por lo que algunos historiadores, como se dijo más arriba, han puesto en duda la veracidad de las narraciones consideradas clásicas. Pero el hecho de que dejaran con vida al joven grumete Francisco del Puerto obedece a las costumbres de sólo comer a los guerreros, dejando fuera a niños y mujeres.

El pobre grumete, abandonado por sus compatriotas, estuvo conviviendo muchos años con los indígenas, hasta que fue rescatado en 1527 por la expedición de Sebastián Caboto. Francisco del Puerto les sirvió como intérprete durante la expedición, pero un día consideró que no era suficientemente recompensado y tramó una venganza. Durante una operación comercial con ciertos indígenas, en el río Pilcomayo, organizó un ataque sorpresivo que infligió muchas bajas en los españoles. Nunca más se supo nada del grumete Francisco del Puerto.

Regreso sin Solís

Los demás integrantes de la expedición de Solís, regresaron a España, menos dieciocho marineros que quedaron abandonados en la isla de Santa Catalina (Brasil), a la cual llegaron a nado tras haber naufragado una de las carabelas.

Estos náufragos iban a tener un papel protagónico en la historia y conquista del Río de la Plata, ya que fueron ellos los que, rescatados por Caboto, dieron comienzo a la leyenda del rey Blanco que vivía en una sierra de plata. Como su nombre lo indica era toda de plata, y estaba en las inmediaciones del inmenso Río de Solís, también bañado de plata. Esta leyenda es la que originó las expediciones al Río de la Plata, todas con el objetivo de encontrar grandes cantidades de plata. Pero la plata de la que tanto se hablaba era la de los incas, en el Perú, y la del Potosí, en Bolivia. En las costas argentinas y uruguayas, sólo había de plata el reflejo de la Luna sobre el río.


Para saber más

Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 1980.

Gandía, Enrique. “Descubrimiento del Río de la Plata, del Paraguay y del estrecho de Magallanes”. En: AA. VV. Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo II, capitulo III.

Martínez Sarasola, Carlos. Nuestros paisanos los indios. Emecé. Buenos Aires, 1996.

Medina, José Toribio. Juan Días de Solís. Estudio histórico. Santiago de Chile, 1908.

Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.

Villanueva, Héctor. Vida y pasión del Río de la Plata. Plus Ultra, 1984.

domingo, mayo 07, 2006

Las Aventuras de León Pancaldo

En el siglo XVI comenzó la expansión europea alrededor del mundo. Se había iniciado con los portugueses, en África, y con Colón al descubrir América en 1492. En 1513 los europeos descubrieron el océano Pacífico, a la altura de Panamá. Al comprobar que América era un continente que impedía el viaje a la opulenta China, España quiso encontrar un paso que permitiese dejar ese nuevo continente atrás para poder llegar a “las Indias” y, no había ni un aventurero que quisiese quedarse fuera de semejante odisea.

El genovés León Pancaldo fue uno de los que se adhirió. Pancaldo fue una figura primordial para Buenos Aires, pero no se le dio la debida importancia. Veremos por qué resultó tan importante, y todos los sinsabores y aventuras que pasó antes de llegar a las costas de la actual Argentina.

El 20 de septiembre de 1519, parte una expedición española en busca del misterioso paso. Al mando del portugués Fernando de Magallanes partieron todos esos aventureros de diferentes nacionalidades en busca de lo desconocido, a territorio inexplorado. La armada estaba compuesta por cinco naves y un total de doscientos sesenta y cinco tripulantes.

Pancaldo nació en la ciudad de Savona, Italia, en el año 1482. Poco se sabe de sus primeros tiempos. Se enroló en una de las naves de Magallanes, la Trinidad, como simple marinero. Tenía veintisiete años cuando lo hizo, y estaba recién casado.


La expedición


La expedición de Magallanes fue una de las más grandiosas e importantes de la historia, ya que casi todo su recorrido alrededor del globo fue por zonas inexploradas, a las cuales sólo se las consideraba llenas de fantasías y leyendas.

El 13 de diciembre llegan las naves a Río de Janeiro. Luego, exploran el Río de la Plata descubierto por Solís en 1516, para asegurarse de que no fuera el tan buscado pasaje al Mar del Sur, el océano Pacífico. Exploraron brevemente el estuario hasta el río Uruguay. Viendo que no era el paso deseado, partieron al sur y llegaron a San Julián, en la Patagonia, en marzo de 1520.

Allí pasaron el invierno en tierra. Hubo una rebelión a la que Magallanes dio por terminada colgando a los cabecillas. También hicieron contacto con los tehuelches, habitantes de la zona a los que calificaron de gigantes, y llamaron patagones por sus inmensos pies. Los tehuelches eran altos, pero sobre todo, los europeos que integraban esa expedición eran muy bajos... y exagerados.

Luego de unos meses continuaron la exploración de la costa, llegaron al cabo de las Vírgenes, donde se abre el estrecho, el 21 de octubre de 1520. Habían encontrado el tan buscado paso que comunicaría a España con los dominios que el Papa les había otorgado en las Indias: las islas Molucas, las cuales estaban llenas de las valiosas y tan solicitadas especias.

Antes de cruzar el estrecho que sería conocido como estrecho de Magallanes, perdieron dos naves: una se estrelló contra las rocas y la otra, la San Antonio, desertó a España; en el camino descubrió las islas Malvinas. El 27 de noviembre de 1520 desembocaron en el actual océano Pacífico. Magallanes lo llamó Pacífico, porque justamente, ése era su estado durante la lenta y dolorosa agonía que resultó la travesía. Los tripulantes padecieron hambre y sed en extremo, ya que por una desagradable casualidad no encontraron ni una isla en meses, cuando ese océano se caracteriza justamente por estar plagado de ellas.

A fines de enero arribaron a una isla a la cual llamaron Desventurada. A partir de allí fueron de isla en isla hasta llegar a la India, región bien conocida por Magallanes en anteriores viajes realizados con los portugueses.

Muerte de Magallanes

En abril de 1521 llegaron a una isla llamada Cebú, donde trabaron amistad con su rey. Para demostrar el poder y la valentía de los españoles decidieron ayudarlo en su lucha contra el gobernante de una isla vecina. Magallanes capitaneó a un grupo de españoles en el ataque, que fueron vencidos por la superioridad numérica. Magallanes fue herido de muerte. Duarte Barbosa al tomar el mando de la expedición, decide aceptar una invitación del rey de Cebú a una comida, adonde llevó a veinticuatro compañeros. Fue una traición; los mataron a todos.

Partieron entonces los restantes al mando de Juan Carvallo, quien hizo quemar la nave Concepción y repartir a sus tripulantes en las dos restantes naves, la Victoria y la Trinidad. Recorrieron otro sinnúmero de islas y llegaron a la isla Timor el 8 de noviembre de 1521. Ésta era una isla famosa por sus especias. Sellaron amistad con su rey, llamado Almanzor.

A partir de allí la expedición se divide. La Victoria parte hacia Europa cargada de especias y al mando de Juan Sebastián Elcano, quien llega a lograr la circunnavegación del mundo. Muchos fueron los padecimientos de estos pobres marineros, además de ser atacados por los portugueses. Pero después de tantas peripecias arribaron a Sevilla el 8 de septiembre de 1522. Eran dieciocho tripulantes de los doscientos sesenta y cinco que habían salido de España tres años antes. De todos modos el viaje fue un buen negocio para la corona española ya que se recuperó todo lo invertido y se sacaron muchas ganancias, gracias a las valiosas especias.

Pero lo esencial de esta historia, para nosotros, es la odisea y el trágico fin de los pobres marineros que quedaron en la nave Trinidad; uno de ellos era León Pancaldo.

La Trinidad

Recordemos que la Trinidad se había quedado en Timor. ¿Por qué? Por falta de tripulantes. La Victoria era la que los tenía en mayor cantidad. Aparte, la Trinidad estaba deshecha y hacía agua por todos lados. Se resolvió que partiese a las costas de México, que estaba bajo dominio español. Pensaban que sería un viaje más fácil y simple, que ir hacia Europa rodeando África

El 6 de abril la Trinidad partió de Timor al mando del capitán Gonzalo Gómez de Espinosa, con cincuenta y tres tripulantes. Algunos españoles quedaron en la isla para afirmar los derechos de la corona sobre las Molucas. Navegaron entre las islas hacia el norte, luego al nordeste. Finalmente dejaron atrás la isla de Cyco y fueron directo a México, el 11 de julio de 1522. Fuertes vientos los guiaron al principio pero eran siempre contrarios y las provisiones comenzaban a escasear. Los tripulantes morían a diario. Finalmente sólo quedaron veinte. Ante tantas adversidades decidieron volver a Timor. Luego de varios meses de hambre, sed y angustias llegaron cerca de Timor, a la isla Credoy, donde se enteraron, que los portugueses estaban construyendo una fortaleza en la cercana isla Ternati, y habían apresado a los españoles de Timor.

Gómez de Espinosa, viendo que no podrían escapar, ni luchar dadas las malas condiciones en que estaban, resolvió entregarse a los portugueses; era su última esperanza. Los pobres marineros tenían sus ropas hechas harapos, si es que tenían algo que ponerse. Los portugueses los tuvieron presos por cuatro meses; luego los enviaron a distintos puntos. Eran veinticuatro los españoles sobrevivientes, contando cuatro de los que habían quedado en Timor. Enviaron a dieciséis de los de la Trinidad a las islas Bandá en febrero de 1523, Pancaldo entre ellos, y cuatro quedaron en Ternati. Luego de cuatro meses de padecimientos, Pancaldo y sus compañeros fueron trasladados a la isla de Java, y luego a Malaca, en la actual Malasia. Allí estuvieron presos por cinco meses, luego fueron enviados León Pancaldo y algunos compañeros a la ciudad de Cochín, en la costa sudoeste de la India. De estos algunos tuvieron la “suerte” de ser remitidos a Portugal, de los cuales varios murieron durante los siete meses de cautiverio en Lisboa, pero tres sobrevivientes fueron liberados y finalmente enviados a España

Pancaldo de un lado a otro

Los que quedaron en la India, Pancaldo incluido, las pasaron muy feas; sólo él sobreviviría. Varios murieron en Malaca, otros en viaje y los demás en la India. Uno de ellos, siendo esclavo de la hermana del Gobernador portugués, murió a su servicio.

En la India los trataban muy mal y casi no los alimentaban. Cuenta Pancaldo, en una relación posterior, que gracias a unos extranjeros que los ayudaron, pudieron sobrevivir. Con su ayuda, Pancaldo y un compañero llamado Juan Bautista Poncerón, también genovés, lograron escabullirse y embarcarse a escondidas en una nave de comerciantes portugueses. Ninguno de los dos sabía del otro; habían llegado por distintos medios y sólo se encontraron en el interior de la nave.

El barco, en vez de ir directamente a Portugal, se detuvo en Mozambique, en la costa este de África. Allí los portugueses descubrieron la presencia de los dos genoveses y los apresaron. Los embarcaron en una nave que iba a la India, pero el barco, por vientos contrarios no pudo partir. Pancaldo y Poncerón se las ingeniaron para escribir cartas a España; una, a un eclesiástico y otra, al rey Carlos V. Esto sucedía hacia octubre de 1525, ya hacía seis años que vagabundeaban por el mundo. En estas cartas contaban todas sus desventuras y les pedían ayuda, dada su condición. Poncerón murió al poco tiempo. Tan malas eran las condiciones en que se encontraban estos pobres genoveses.

Pancaldo pudo esconderse de los portugueses, para que no lo enviasen de vuelta a la India. Luego, con la ayuda de dos marineros consiguió embarcarse en un navío que partía hacia Portugal. Lo descubrieron tres días después, durante los cuales Pancaldo no había probado bocado ni tomado agua. El capitán del barco casi lo tira por la borda, pero en un impulso de bondad lo tomó prisionero y lo llevó a Portugal. Llegó a Lisboa a principios de 1527. Tiempo mas tarde, el rey de Portugal, le concede la ansiada libertad. De los compañeros de Pancaldo sólo sobrevivieron cuatro, tres que habían partido antes, como vimos más arriba, y otro llamado Juan Rodríguez, apodado “el Sordo”, que llegó a Lisboa en 1525.

Luego de prestar declaración en Valladolid en julio de 1527, Pancaldo pudo finalmente volver a su Génova natal, a ver a su esposa que ya lo daba por muerto. Habían pasado ocho largos años desde su partida.

Intrigas en Europa

Luego de su gran odisea, Pancaldo adquirió gran prestigio en el ambiente marino. Con su fama consiguió que el rey de Portugal, el rey de Francia y muchos otros quisieran contratar sus servicios.

Pancaldo firmó un contrato con un representante del rey de Portugal, pero como el portugués no cumplió con su parte, no dudó en aceptar las propuestas de unos ricos comerciantes de París. Esto sucedía a principios de 1531. Querían armar una expedición a Oriente que liderase Pancaldo. Formaban parte de esta empresa el rey de Francia y muchos altos y ricos personajes de Francia e Italia. Todo armado y dirigido en un estricto secreto.

Pero el representante del rey portugués en París se enteró del asunto por sus espías, y trató de entrevistarse con Pancaldo para que desistiese de sus proyectos. Le ofrecía un contrato como el firmado anteriormente. Pancaldo se resistió al principio, pero terminó aceptándolo en su ciudad natal, en septiembre de 1531. El contrato estipulaba que Pancaldo se comprometía a no realizar ninguna expedición, no trabajar para nadie en lo referente a navegación, no dibujar mapas y, fundamentalmente, no revelar ni de palabra, ni por escrito, los secretos geográficos adquiridos en su viaje. Todo esto a cambio de un dinero y un sueldo. Lógicamente los portugueses querían proteger sus dominios.

Regreso a la aventura

Pancaldo cumplió con el contrato durante cinco años. Al cabo de ellos recibió una propuesta de unos comerciantes de Valencia, en España, para vender un cargamento inmenso de mercancías a los conquistadores del Perú, los cuales tenían mucho dinero. Pancaldo no dudó, rompió el contrato y se trasladó inmediatamente a Valencia, para aceptar la propuesta. Volvía a la aventura.

En agosto de 1536 partió de Cádiz con dos naves llenas de mercancías: desde un simple peine hasta armas, ropa, alimentos, adornos, perfumes, bebidas. Todo lo que podían necesitar los ricos conquistadores del Perú. Estaba previsto llegar por el estrecho de Magallanes. No tuvieron inconvenientes durante el viaje hasta las costas de la Patagonia. El 30 de noviembre de 1537, una de las naves naufragó a la altura de Río Gallegos. Parte de la mercadería se perdió, pero lo que se salvó y todos los tripulantes se reunieron en la nave de Pancaldo, la Santa María. Trató infructuosamente de cruzar el estrecho; pero los fuertes vientos y corrientes contrarios no se lo permitieron. Luego de algunos intentos durante varios días, desistió del cruce y resolvió dirigirse a Santo Domingo, en el Caribe, y en el camino detenerse en el Río de la Plata. Él sabía que había partido una muy importante expedición para colonizar la zona, y que se esperaban encontrar muchas riquezas. Lo que no sabía el pobre marinero es que la expedición se había convertido en un fracaso y estaban todos casi muertos de hambre.


El Río de la Plata

Llegó al Plata a fines de febrero de 1538. Si recuerdan el capítulo de la primera Buenos Aires verán que para esta época el gobernador de Buenos Aires estaba en Asunción.

Como no divisaba ningún poblado en las costas, Pancaldo se mantenía lejos de ellas por miedo a encallar. Resolvió explorar los contornos del inmenso río con una embarcación pequeña que llevaban para ese fin. Pancaldo partió río arriba explorando la actual costa uruguaya con la pequeña embarcación. Su segundo, Juan Pedro Vivaldo, se quedó en la Santa María a la espera.

El 7 de abril Vivaldo se encuentra con un galeón español al mando de Antón López de Aguiar; quien estaba buscando la nave Santiago comandada por Alonzo Cabrera. Cabrera estaba en Brasil, pero Vivaldo y Aguiar no lo sabían. Lo buscaron inútilmente, y luego decidieron esperar a Pancaldo e ir juntos a Buenos Aires, ya que Aguiar conocía su ubicación.

A la llegada de Pancaldo, López de Aguiar los guió hasta Buenos Aires, pero al penetrar en el canal de entrada al Riachuelo, la nave de Pancaldo encalló en un banco submarino. No se inquietaron; bajaron los tripulantes y todas las mercancías. Sin duda, Pancaldo parecía haberse dado por vencido, ante el decepcionante panorama que le mostraba el mísero caserío que conformaba Buenos Aires; los pocos habitantes iban sin ropa y totalmente demacrados. El oro de la conquista obviamente no estaba allí, y menos algo conque pagar la inmensa cantidad de mercancías que Pancaldo había desembarcado. Así dejó perder la nave Santa María, no trató de salvarla; sólo las mercancías.

Como si fueran pocas las penurias que había tenido a lo largo de su vida, en el pobre y miserable poblacho le iniciaron dos juicios. Uno, López de Aguiar, para cobrarle por haberlo guiado hasta Buenos Aires. Otro el gobierno de Buenos Aires por haber introducido dos esclavos en la “ciudad” con fines comerciales, sin permiso y sin pagar los derechos correspondientes; cosa que no era cierta, ya que éstos eran de su servicio. Después él mismo inició un juicio a su subordinado Vivaldo por haber perdido la embarcación en la Patagonia; y otro contra López de Aguiar por haberlo hecho encallar a la entrada del puerto.

Perdió todos los juicios menos el iniciado a Vivaldo, quien no tenía dinero para pagarle. También le sacaron los esclavos y los vendieron en subasta pública, el 20 de enero de 1539. Fue el primer remate que hubo en Buenos Aires. El pregonero público lo anunció nueve días antes. Todos los pobladores estuvieron allí. López de Aguiar compró a uno de ellos llamado Vicencio por ciento cuarenta y cinco ducados, y un conquistador llamado Gregorio de Leyes compró al otro esclavo llamado Macián, en sesenta y cinco ducados.

El pobre Pancaldo murió en Buenos Aires en agosto o septiembre de 1540, tenia cincuenta y ocho años de edad. Había padecido tantos dolores y pasado tantas desventuras, que sus años habría que contarlos por dos. Sin duda habrá muerto de un infarto al ver cómo tenía que vender todas sus mercancías a la fuerza, cobrando sólo cartas de obligación. Con estas cartas los clientes se comprometían a pagar “del primer oro o plata que se nos diere e repartiere”.

La firma comercial que había contratado a Pancaldo trató de cobrar algunas de esas deudas. Para eso habían contratado dos factores que enviaron al Río de la Plata. Pero lo único que lograron fue vender el resto de las mercancías que quedaban, cobrando con los mismos pagarés.

Los tripulantes de la expedición de Pancaldo no volvieron todos a Europa, algunos quisieron quedarse. Así se convirtieron en los primeros italianos que se establecieron en nuestra tierra descontando los que vinieron con Caboto, que no se habían quedado.

Importancia de Pancaldo

La llegada de la expedición de Pancaldo a Buenos Aires tiene una inmensa importancia; ya que salvó de morir de hambre y frío a los conquistadores de Mendoza. La nave de Pancaldo fue una salvación. Los conquistadores pudieron vestirse con nuevas y buenas ropas, cambiar sus armas destruidas, y disfrutar de diferentes lujos como jabón, peines y muchas cosas más.

Para saber más

Gandía, Enrique de. “Aventuras de León Pancaldo alrededor del Mundo”. En: Orígenes de la democracia en América y otros estudios. Sociedad Impresora Americana. Buenos Aires, 1943.

Gandía, Enrique de. Los primeros italianos en el Río de la Plata y otros estudios históricos. Buenos Aires, 1932.

Gandía, Enrique de; Fernández Reyna, Manuela. León Pancaldo y la primera expedición genovesa al Río de la Plata. Buenos Aires, Ateneo Popular de la Boca, 1937.

Herrman, Paul. Historia de los descubrimientos geográficos. América, África y el Pacífico. Barcelona, 1967.

Medina, José Toribio. Algunas noticias de León Pancaldo y su tratativa para ir desde Cádiz al Perú por el Estrecho de Magallanes en los años de 1537-1538. Santiago de Chile, Imprenta Elzeveriana, 1908.

Peillard, Leonce. Magallanes. Pomaire. Barcelona, 1962.

Zweig, Stefan. Magallanes. El hombre y su gesta. Juventud. Barcelona, 1950.