Como vimos en otro capítulo, Buenos Aires no fue abandonada por inhabitable, sino por un problema político o práctico, según como se lo quiera ver. Así es como en el mismo instante del desamparo, ya se hablaba de volver a poblar la zona. Cada uno de los Adelantados que llegaron después de Mendoza se lo propuso, pero nunca con mu-cho empuje. Habría que esperar la iniciativa de uno de ellos, llevada a cabo magníficamente por Juan de Garay.
La segunda Buenos Aires se originó por necesidades comerciales. Tucumán, Paraguay y el Alto Perú, necesita-ban un puerto de salida, ya que, si no, les quedaba el largo camino a través del Perú. Esta fundación se distinguió de la anterior, en que los colonos no se adhirieron a la empresa con sueños de plata y oro; no iban a lo desconocido. Todos iban a trabajar la tierra con la esperanza de que esa ciudad se convirtiese en un puerto importante. También con la esperanza de que les tocasen algunos indígenas en encomienda, para así librarse del trabajo manual, pero como veremos eso no ocurrió.
La expedición fundadora fue encargada por el adelantado Torres de Vera y Aragón, a su teniente de gobernador Juan de Garay. Garay era un conquistador excepcional, sobretodo porque no se parecía en nada al típico conquista-dor. Siempre se hablaba bien de él; era una figura simpática y carismática. Llegó con sólo catorce años al Perú, y enseguida participó de grandes campañas conquistadoras. En 1573 funda Santa Fe con el objetivo de darle una salida y entrada al Paraguay, pero viendo que no era lo que esperaban, sus superiores le ordenan la repoblación del puerto de Buenos Aires.
Los preparativos
En enero de 1580, Garay levantó el estandarte real en Asunción, y mandó publicar y pregonar la futura pobla-ción del puerto de Buenos Aires. En ese bando se hacía alusión a la calidad de las tierras, al gran futuro que tenía la ciudad por fundar, e invitaba a los pobladores de Asunción que quisieran participar de la expedición colonizadora, a que registrasen sus nombres ante el escribano. A cambio les ofrecía las mercedes que otorgaría al llegar: terrenos en las manzanas de la ciudad, tierras para estancias, poder disponer del ganado vacuno y caballar salvaje y lo más preciado, encomiendas de indígenas. La encomienda era un derecho sobre el trabajo de los indígenas de la zona, un tributo que pagaban éstos a sus vencedores españoles. Se otorgaba un grupo de indígenas para que trabajase en lo que el encomendero decidiese.
Se anotaron unos sesenta y seis jefes de familia; entre ellos una mujer, Ana Díaz, viuda de un colonizador, que se registró con su hija casada con un vecino. De esos sesenta y seis, diez eran españoles de nacimiento y los demás, nacidos en la zona, es decir criollos o mancebos de la tierra. También, un portugués llamado Antonio Tomás, vete-rano de la primera fundación de Buenos Aires; iba como guía y como testigo.
Surgía la ciudad con más del mínimo indispensable. Las ordenanzas de poblaciones establecían que todo asiento debía comenzar con treinta pobladores como base. Todos ellos pagaban la expedición de sus propios fondos, la Real Hacienda no aportaba un peso, vendían todo lo que tenían para encaminarse a la nueva población. El Adelan-tado ponía dinero para los barcos y los gastos de viaje. Los vecinos viajaban con sus propias armas, caballos y ga-nados.
La comitiva viajaría una parte por tierra, llevando a los animales grandes, y la otra parte por agua, con bastimen-tos, plantas, semillas, útiles de labranza, animales chicos, etc.
La expedición
Los que iban por el río, lo hacían en una carabela acompañada por unos bergantines y muchas balsas y canoas guaraníes. Algunas partieron en febrero para comenzar con los trabajos de levantar la población, y luego retornaron a buscar más pobladores.
Los que fueron por tierra con el ganado, también partieron en febrero. El viaje fue agotador y difícil. Hay que pensar que no había caminos en esa época, y que llevaban casi mil caballos y quinientas vacas. Fueron costeando el río Paraguay, hasta la unión con el Paraná, siguiendo la ribera de este último. Tuvieron que cruzar ríos, montes tupidos, pantanos, lagunas, selvas interminables. Tardaron muchos días, durante los cuales sufrieron ataques de animales, fiebres, calores agobiantes. Llegaron a Santa Fe a principios de mayo de 1580. Allí se encontraba Garay y los que habían viajado en los barcos.
Luego de algunos días de descanso, partieron los que iban por tierra, hacia el puerto de Buenos Aires. El mando ahora lo ostentaba el sobrino del adelantado Torres de Vera y Aragón, Alonso de Vera. Garay también partió al mismo tiempo con las embarcaciones, llegando el 29 de mayo al lugar donde cuarenta y cuatro años antes se había asentado Mendoza con sus conquistadores. Ese día fray Juan de Rivadeneira (retengan este nombre) celebró una misa en el lugar que sería, más tarde, la plaza Mayor. Este fraile iba camino a España para traer más religiosos a estas tierras, ya que estaban escasa de ellos, y como en todo acto de fundación tenía que estar presente el poder eclesiástico, se lo aprovechó para la fundación de Buenos Aires. En otro capítulo contaremos las aventuras de este fraile.
Hacia la fundación
Mientras esperaban la llegada de los que iban por tierra, se organizó una junta en donde Garay escuchó las opi-niones de los oficiales reales y de los antiguos pobladores de Buenos Aires, sobre el lugar más óptimo para asentar a la futura ciudad. Eligieron la parte más alta de la meseta, entre dos cursos de agua, un trecho al oeste de la antigua Buenos Aires.
Durante todo el día desembarcaron los materiales: tiendas de campaña, víveres, vestimentas, útiles de labranza, todo lo necesario para comenzar el nuevo asentamiento. Garay exploró los alrededores mientras los pobladores levantaban sus tiendas. Los días siguientes los emplearon en limpiar el terreno de malezas, arrancaron troncos de árboles secos, emparejaron el suelo. Garay y los oficiales midieron el terreno, para hacer un plano y subdividir la tierra. Armaron cuadras de ciento veinte varas de largo (aproximadamente cien metros), que serían repartidas entre los pobladores. Eligieron el lugar que ocuparía la plaza Mayor (actual plaza de Mayo), el Cabildo, la iglesia Mayor y la casa del Gobernador.
Mientras los hombres preparaban el terreno, las mujeres armaban las viandas. En junio se dedicaron a terminar la limpieza de todo el terreno y a abrir las calles que formarían las manzanas. Estas manzanas serían ocupadas por los pobladores y sus familias. Se amojonó y asignó a cada uno de ellos un solar, que correspondía a un cuarto de manzana. También se cavó un foso que rodeaba la traza de la ciudad, éste serviría de protección contra futuros ataques de los naturales; obviamente estos últimos todavía querían echar a los españoles de sus tierras.
Se levantaron los cimientos del Cabildo y la iglesia principal. La plaza Mayor midió ciento cuarenta varas de lado. La ciudad quedó conformada por veinticuatro cuadras de frente sobre el río y una legua (aproximadamente cinco kilómetros) de fondo hacia el oeste. Esto era lo que se llama el ejido de la ciudad. Doce días les llevó todo este trabajo.
Por esos días llegaron los que venían por tierra con el ganado. Ya no había nada que esperar, así que Garay avi-só a todos los pobladores y autoridades que al día siguiente, 11 de junio, se realizaría el acto de fundación de la ciudad.
La fundación
El sábado 11 de junio de 1580 se llevó a cabo la ceremonia de fundación. Garay nombró a los alcaldes para hacer y administrar justicia, a los regidores para el gobierno de la ciudad, y al procurador para promover los dere-chos e intereses de los vecinos. Todos estos oficiales conformaban el Cabildo, íntegramente formado por vecinos de la futura ciudad. Todos firmaron el acta de fundación, junto con Juan de Garay, representante del adelantado del Río de la Plata, Torres de Vera y Aragón.
Una vez terminados dichos trámites, las nuevas autoridades y los pobladores se dirigieron a la plaza Mayor, donde se levantó un tronco grande de unos tres metros que haría de rollo público o árbol de justicia. Se lo puso en un hoyo ubicado en medio de la plaza. En éste, la justicia real se llevaría a cabo.
Luego Garay dio el discurso de toma de posesión: “…tomo posesión de esta ciudad y de todas esta provincias, este, ueste, norte y sur, …”. En señal de esta toma, sacó su espada cortando unas hierbas y cortando el aire, pregun-tó si había alguien que se opusiera, como simple trámite. El escribano dio fe de esto, y entregó el acta a Garay, quien la leyó a todos los presentes.
Se bautizó a esta nueva ciudad con el nombre de Santísima Trinidad en el puerto de Santa María de Buenos Aires. Eligió este nombre por ser el 29 de mayo, día en que arribaron, la festividad de la Trinidad. Luego de termi-nada la ceremonia fueron todos a celebrar una misa en la iglesia parroquial.
El resto del día y los siguientes se realizó el reparto de solares. Se terminaron trabajos, como el foso y la cons-trucción de una empalizada. Los pobladores construyeron sus viviendas. Se dividió a la población en doscientas cincuenta manzanas: cuarenta para los vecinos, seis para el fuerte, la plaza Mayor, tres conventos y un hospital, y el resto para chacras. Fuera de la ciudad también se repartieron entre los vecinos huertas de cuatro cuadras. También Garay repartió las chacras y estancias al norte, sur y oeste de la ciudad. Todas las chacras, de unas trescientas varas (aproximadamente doscientos cincuenta metros) de frente al río, con un fondo de una legua. Por el norte, éstas lle-garon hasta el actual partido de Tigre, en la zona norte de Buenos Aires; por el sur hasta la actual Ensenada. Las estancias tenían tres mil varas (aproximadamente dos mil quinientos metros) de frente y legua y media de fondo.
Se eligió también en los días siguientes a la fundación, al santo patrono de la ciudad. Pero no poniéndose de acuerdo en la elección, lo echaron a la suerte, y salió San Martín de Tours. Según se cuenta, cuando salió, nadie lo quería; entonces lo echaron otra vez a la suerte y volvió a salir, y así dos veces más, hasta que lo eligieron por can-sancio. En los días siguientes comenzó la historia de Buenos Aires, definitivamente fundada.
Para saber más
Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Bue-nos Aires, 1980.
Gandía, Enrique. “La segunda Fundación de Buenos Aires”. En: Historia de la Nación Argentina. El Ateneo y Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2° edición, 1955. Tomo III, cap. III.
López Fermoselle, Jaime. “Fundación de la ciudad de La Trinidad y Puerto de Buenos Aires por Juan de Garay”. Revista Historia. Buenos Aires, N° 17.
López Fermoselle, Jaime. “Últimos días de Juan de Garay”. Revista Historia. Buenos Aires, N° 6.
Zabala, Rómulo y Gandía, Enrique. Historia de la ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, 1937. Cap. X.
lunes, agosto 27, 2007
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